PLANTAS DEL ALTIPLANO
Publicada en CAMBIO 23/Abril 2007
Vivir en el altiplano mexicano nos conduce a hablar en náhuatl, más de lo que imaginamos. Los que vivimos en el valle de Toluca nos damos cuenta que las voces originales matlatzincas fueron acalladas por las mexicanas. Hacia el poniente las voces mazahuas también fueron apagadas al igual que las otomíes. A su vez todas ellas han sucumbido ante el español, excepto aquéllas que dan nombre a árboles o plantas inexistentes en Europa.
La lista elaborada añade el latín como lengua científica.
Me interesan los árboles más de lo que les interesaron a los eruditos que elaboraron los diccionarios de donde tomo las traducciones. Para las lenguas Matlatzinca y Mazahua me remito a los Diccionarios editados por el Colegio de Lenguas y Literatura Indígenas del Instituto Mexiquense de Cultura (2002). Para la lengua Nahoa eché mano de dos obras clásicas: el diccionario del italiano Horacio Carochi que estudió en Tepotzotlán en el siglo XVII y el de Francisco Xavier Clavijero del siglo XVIII. La otomí, la tomé del diccionario en red: http://aulex.ohui.net/es-oto/
¿Porqué hablamos en náhuatl? Porque comemos aguacates, guayabas, elotes y jitomates propios de esta América rica en frutos de la tierra, que fueron a dar la vuelta al mundo con su nombre propio. Pero la historia de esta lista comienza cuando leo que el fresno, este gran árbol americano y europeo se llama Illin en Purépecha, lo que quiere decir, que hubo siempre fresnos en tierras michoacanas. Porque cuando una variedad es introducida, se acepta con el nombre de origen extranjero, como por ejemplo, las jacarandas, oriundas del Paraná en Brasil y reconocible como vocablo guaraní. Sin embargo y curiosamente, no he encontrado al fresno en otras lenguas locales a pesar de que su dispersión abarcaba el centro de Mesoamérica. Estimo que esta carencia es imputable a quienes, sin saber de especies vegetales, colocaban al lado del nombre original comentarios como “cierta planta”, “cierta planta medicinal”, “cierto árbol grande y frondoso”, “nombre de ciertos árboles”, “nombre de cinco plantas medicinales” y así, sin precisión, nos quedamos en ayunas según los diccionarios aludidos
Tienen un asterisco aquellas plantas venidas de Europa y cuya traducción mueve a risa, véase el caso del durazno en lengua Matlatzinca. Tampoco pude resistir la tentación de incluir una palabra que llamó mi atención: Panteón o Cementerio y que se traduce en esa lengua como Kambusantu. Puro humor involuntario que nos llega de una época colonial donde la religión católica gobernaba los actos de la gente nativa.
Publicada en CAMBIO 23/Abril 2007
Vivir en el altiplano mexicano nos conduce a hablar en náhuatl, más de lo que imaginamos. Los que vivimos en el valle de Toluca nos damos cuenta que las voces originales matlatzincas fueron acalladas por las mexicanas. Hacia el poniente las voces mazahuas también fueron apagadas al igual que las otomíes. A su vez todas ellas han sucumbido ante el español, excepto aquéllas que dan nombre a árboles o plantas inexistentes en Europa.
La lista elaborada añade el latín como lengua científica.
Me interesan los árboles más de lo que les interesaron a los eruditos que elaboraron los diccionarios de donde tomo las traducciones. Para las lenguas Matlatzinca y Mazahua me remito a los Diccionarios editados por el Colegio de Lenguas y Literatura Indígenas del Instituto Mexiquense de Cultura (2002). Para la lengua Nahoa eché mano de dos obras clásicas: el diccionario del italiano Horacio Carochi que estudió en Tepotzotlán en el siglo XVII y el de Francisco Xavier Clavijero del siglo XVIII. La otomí, la tomé del diccionario en red: http://aulex.ohui.net/es-oto/
¿Porqué hablamos en náhuatl? Porque comemos aguacates, guayabas, elotes y jitomates propios de esta América rica en frutos de la tierra, que fueron a dar la vuelta al mundo con su nombre propio. Pero la historia de esta lista comienza cuando leo que el fresno, este gran árbol americano y europeo se llama Illin en Purépecha, lo que quiere decir, que hubo siempre fresnos en tierras michoacanas. Porque cuando una variedad es introducida, se acepta con el nombre de origen extranjero, como por ejemplo, las jacarandas, oriundas del Paraná en Brasil y reconocible como vocablo guaraní. Sin embargo y curiosamente, no he encontrado al fresno en otras lenguas locales a pesar de que su dispersión abarcaba el centro de Mesoamérica. Estimo que esta carencia es imputable a quienes, sin saber de especies vegetales, colocaban al lado del nombre original comentarios como “cierta planta”, “cierta planta medicinal”, “cierto árbol grande y frondoso”, “nombre de ciertos árboles”, “nombre de cinco plantas medicinales” y así, sin precisión, nos quedamos en ayunas según los diccionarios aludidos
Tienen un asterisco aquellas plantas venidas de Europa y cuya traducción mueve a risa, véase el caso del durazno en lengua Matlatzinca. Tampoco pude resistir la tentación de incluir una palabra que llamó mi atención: Panteón o Cementerio y que se traduce en esa lengua como Kambusantu. Puro humor involuntario que nos llega de una época colonial donde la religión católica gobernaba los actos de la gente nativa.
Resulta interesante reconocer aquellas plantas o árboles que todas las lenguas designan con nombre propio, las más mexicanas entre las mexicanas, las endémicas, las comunes a todas las culturas del altiplano. Capulín, encino, maíz, maguey, nopal, pino, tejocote y tomate.
Debo confesar el haber descubierto -siendo ya una señora madura-, que la pampa argentina en la que nací carecía originalmente de árboles. Los primeros españoles que desembarcaron en lo que ahora es la provincia de Buenos Aires, no tuvieron sombra alguna, ni madera, ni frutos qué comer. Literalmente se murieron de hambre. Fue la gente ilustrada del siglo XIX la que se encargó de plantar muchas especies de árboles y la tierra negra de las pampas fue la que los hizo crecer en plenitud. Así la conocí yo desde pequeña, como una llanura bien arbolada. Obviamente no se echa de menos la soledad de los inmensos pastizales una vez conocidos los bosques.
El caso de México es inverso. Hoy lamentamos la pérdida de las masas forestales. Idealizamos un pasado de verdor y armonía con la naturaleza. Nos queda, sin embargo la riqueza de las lenguas, la sonoridad de sus acentos, el mundo insondable de la tierra que da sus frutos y su inmensa variedad a un pueblo campesino cada vez más pobre y mal comido. Cómo duele el corazón. Cómo duele el desprecio de algunos sobre las especies nacionales, ese desprecio que quitó el nopal del escudo nacional durante el oprobioso foxenio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario