ZOOLOGÍA FANTÁSTICA
Publicado en CAMBIO 22/Marzo 2007
Convertir vegetales en animales es la característica de la jardinería de Toluca. La técnica de recortar las plantas con formas distintas a las naturales se conoce como topiaria y consiste en diseñar una forma y mantener a raya al vegetal a través de constantes manicures.
Los franceses iniciaron esta práctica en el período barroco. En el Palacio de Versalles hay cientos de figuras recortadas en forma de conos, dispuestas regularmente, enfatizando un acceso o una escalera majestuosa en medio de un jardín. Orden, disciplina, simetría y geometría norman la topiaria francesa.
Sin embargo nuestra práctica es zoológica, desordenada, incomprensible. Los cedros convertidos en animalitos surgen sin ton ni son donde menos lo esperamos. Llegando a Toluca al final de la gran recta del Paseo Tollocan (frente al monumento a Hank González) hay un zoológico fantástico sobre el camellón de la vía férrea. Las horas hombre necesarias para recortar tantas y tantas figuras animalescas, ¿quién las paga?. Es curioso que mientras existen recursos para esa antiestética actividad no existan recursos para llevar a cabo la limpieza del paseo, hoy más sucio que nunca.
En la ciudad universitaria hay también un zoológico vegetal sobre un talud de la Facultad de Contaduría. Y en la Plaza de los Mártires están apareciendo algunos animalitos entre un concierto desafinado de árboles manicureados.
El término de manicure para estas prácticas anti-natura es del arquitecto paisajista Carlos Bernal, autor de la grandiosa paisajística del Paseo Tollocan original; ésa que en 1973, dispuso de sauces llorones, chopos, juníperos y colas de zorro a lo largo de los 10 kilómetros de entrada a la ciudad. La arquitectura de paisaje es una obra viva y lamentablemente hoy muchos sauces han sido mutilados y las colas de zorro fueron rociadas con chapopote y quemadas por la Junta de Caminos.
La obra pionera de paisaje que fue el Paseo Tollocan ha sido tratada con desprecio, ignorancia y brutalidad. En cambio, se paga a no sé quiénes para que recorten con formas de animalitos a una apretada siembra de cedros blancos (en realidad se trata de cipreses mexicanos), logrando una visión de Disneylandia en el altiplano. Estas figuras fantásticas no son bellas, no dan sombra, son caras de mantener y distorsionan los reinos animal y vegetal. Son un adefesio, son botargas castradas. Toda esta arborifobia y zoofilia llegará algún día a ser antologada sin duda como un fenómeno kirtsch del paralelo 19.
Otro lamentable mal endémico es el placer por trozar los troncos para que los árboles no “hagan basura”. Amanecen mutilados los pobres árboles víctimas de manos anónimas que no toleran la hojarasca. Este sacrificio se le practica sólo a los árboles caducifolios, a los que tiran la hoja. Aquellos oscuros y panteoneros árboles perennes, se salvan de las mutilaciones. Así, paradójicamente, siendo México el cuarto país más rico en biodiversidad, tenemos una ciudad monótona, carente de follajes que marquen los cambios estacionales. No bien una copa comienza a dar sombra, viene alguien a serrucharla, como si la belleza le molestara. Esa suerte corrieron los chopos que alegraban el puente de Tollocan y Bulevard Aeropuerto, hoy convertidos en postes yermos. Como los perros atropellados, estos mudos esqueletos de lo que fueron otrora magníficos árboles de hoja ancha, se quedan sin sepultura.
Considero que tanto el recorte constante con formas animales, como el despiadado desmoche de las frondas de los árboles caducifolios, son casos dignos de la psiquiatría. Ambas prácticas nos hablan de intolerancia a la belleza natural, de perversidad y hasta de malsano placer por hacer el mal. Impedir el crecimiento de los árboles es propio de quienes se niegan a crecer interiormente para ser mejores; es la manifestación física de frustraciones inconfesables y de patologías criminales canalizadas contra los mudos e indefensos árboles de la ciudad.
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