PLAZAS PÚBLICAS
Publicado en El Sol de Toluca, 17 abril 2006
En Semana Santa hemos visto las plazas repletas de gente. Globos, algodones, niños jugando, grandes y viejos sentados en las bancas viendo pasar la gente. Un techo verde de copas de árboles y el trinar incesante de los pájaros. La Fiesta, así con mayúsculas, la fiesta colectiva del buen vivir. ¿Qué más se le puede pedir a la vida que tomar un helado en un plaza festiva? Este placer tan urbano de vivir una tarde en la plaza pública rodeado de gente-como-uno escuchando las campanadas de la iglesia, mirando los balcones con macetas y compartiendo las bancas es una herencia valiosa de nuestros mayores, es una tradición antigua y elegante, alegre y civilizada de compartir el tiempo libre.
Las plazas de México son hermosas. Tienen fuentes, árboles, kioscos y coloridos ambulantes. En los pueblos que no crecen, su tamaño es perfecto, siempre en el centro del lugar. En cambio en los pueblos que crecen las plazas no se han reproducido. Veamos Metepec. Su población aumenta sin parar y ni siquiera tiene una plaza, le llaman “Parque Juárez” al pequeño espacio frente al Palacio Municipal y ... paren de contar. La gente se mete a vivir en “privadas”. La palabra privada debe venir de privación, carencia, ausencia de todas las amenidades que enumeramos. Vivir en una privada es como vivir en una crujía de Lecumberri. Las hay de lujo, medianas y pobres, así como en las antiguas cárceles había reos peligrosos, comunes y abandonados a su suerte.
Esta modalidad neoliberal de agrupar casas de familias permite al promotor ahorrarse el gasto de hacer plazas públicas. Por su puesto, el gobierno dejó de existir en 1982; desde entonces a la fecha no se ha construido una sola plaza pública a cuenta del erario (excepto Plaza Juárez frente a la Alameda del D.F.). Todo el terreno nacional está en manos de desarrolladores privados colonizados por Estados Unidos, país que carece de plazas públicas.
Porque lo más importante de una plaza es la arquitectura valiosa que la enmarca. Para que exista una plaza -pensemos en cualquiera de ellas, Malinalco por ejemplo, o alguna de Querétaro- debe haber una buena arquitectura alrededor, sólida, de buenas proporciones, alta, elegante. Pero en Metepec, si bien se han construido los mejores ejemplos contemporáneos como el edificio inteligente San Juan y el Centro Médico, la mayor parte de las construcciones que dan a las calles son oxxos, gasolineras, farmacias del ahorro, elektras y demás adefesios chaparros y desechables. Tampoco la arquitectura religiosa reciente tiene buenos ejemplares. El elegante edificio San Juan sobre vialidad Metepec carece de plaza pública, su espacio libre es privado como el de los centros comerciales.
Se le ha dado la espalda a la traza urbana tradicional, tan sabia como antigua, que nos proporcionó las más bellas plazas mexicanas. Se pensó que habían pasado de moda y que la modernidad consistía en usar el auto hasta la cocina, en desaparecer las banquetas, en encerrar a la gente en sus privadas y sólo sacarla a pasear dinero en mano. En Huixquilucan, donde crecen las torres de departamentos y su aspecto es impecable y moderno, no existe una sola plaza pública. No hay dónde sentarse a ver pasar la gente, la gente ahí no se deja ver, anda encerrada en el auto y a baja velocidad, porque tampoco hay traza urbana coherente. En el nuevo Huixquilucan no se puede salir de casa sin un peso en la bolsa, no hay donde noviar gratis, no hay bancas bajo las copas de los árboles, ni kioscos, ni fuentes, ni campanas de iglesias, ni pájaros siquiera. No hay tradición. Se copian los malos modales del vecino del norte, que come sin cubiertos a bordo de sus autos, que no sabe del placer de deambular en Semana Santa por una plaza mexicana tradicional.
En cambio la Plaza Juárez del Centro Histórico del Distrito Federal es un buen ejemplo contemporáneo a seguir; diseñada por el gran arquitecto mexicano Ricardo Legorreta, enmarca el espacio público con altas torres y deja que la antigua Alameda y el Hemiciclo a Juárez cierren el paisaje. La exhibición de esculturas en ese nuevo espacio público, es un deleite; el uso mixto de departamentos, oficinas federales como la Secretaría de Relaciones Exteriores y el rescate del templo Corpus Christi hacen una combinación perfecta de lo que puede ser el urbanismo del siglo XXI basado en el respeto a la tradición de las plazas.
El espacio público es lo que hace la diferencia entre un conglomerado y una ciudad. Sin urbanidad y sin buenas costumbres sólo construimos la riqueza de unos cuantos promotores y la pobreza de la población en general. El ciudadano integral debe disfrutar de los espacios democráticos que lo eleven a la categoría de soberano, las plazas públicas son la quintaesencia de la ciudad y de sus civiles ciudadanos. Adquirir tierra para desarrollar espacios integrales como el complejo de la Plaza Juárez puede ser la gran tarea de los gobiernos del futuro que quieran ser recordados por varias generaciones. Un lugar donde ir a tomar un helado, lustrarse los zapatos, leer el periódico, saludar al amigo, contemplar los fuegos artificiales, dar el grito e izar y arriar la bandera. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?
Publicado en El Sol de Toluca, 17 abril 2006
En Semana Santa hemos visto las plazas repletas de gente. Globos, algodones, niños jugando, grandes y viejos sentados en las bancas viendo pasar la gente. Un techo verde de copas de árboles y el trinar incesante de los pájaros. La Fiesta, así con mayúsculas, la fiesta colectiva del buen vivir. ¿Qué más se le puede pedir a la vida que tomar un helado en un plaza festiva? Este placer tan urbano de vivir una tarde en la plaza pública rodeado de gente-como-uno escuchando las campanadas de la iglesia, mirando los balcones con macetas y compartiendo las bancas es una herencia valiosa de nuestros mayores, es una tradición antigua y elegante, alegre y civilizada de compartir el tiempo libre.
Las plazas de México son hermosas. Tienen fuentes, árboles, kioscos y coloridos ambulantes. En los pueblos que no crecen, su tamaño es perfecto, siempre en el centro del lugar. En cambio en los pueblos que crecen las plazas no se han reproducido. Veamos Metepec. Su población aumenta sin parar y ni siquiera tiene una plaza, le llaman “Parque Juárez” al pequeño espacio frente al Palacio Municipal y ... paren de contar. La gente se mete a vivir en “privadas”. La palabra privada debe venir de privación, carencia, ausencia de todas las amenidades que enumeramos. Vivir en una privada es como vivir en una crujía de Lecumberri. Las hay de lujo, medianas y pobres, así como en las antiguas cárceles había reos peligrosos, comunes y abandonados a su suerte.
Esta modalidad neoliberal de agrupar casas de familias permite al promotor ahorrarse el gasto de hacer plazas públicas. Por su puesto, el gobierno dejó de existir en 1982; desde entonces a la fecha no se ha construido una sola plaza pública a cuenta del erario (excepto Plaza Juárez frente a la Alameda del D.F.). Todo el terreno nacional está en manos de desarrolladores privados colonizados por Estados Unidos, país que carece de plazas públicas.
Porque lo más importante de una plaza es la arquitectura valiosa que la enmarca. Para que exista una plaza -pensemos en cualquiera de ellas, Malinalco por ejemplo, o alguna de Querétaro- debe haber una buena arquitectura alrededor, sólida, de buenas proporciones, alta, elegante. Pero en Metepec, si bien se han construido los mejores ejemplos contemporáneos como el edificio inteligente San Juan y el Centro Médico, la mayor parte de las construcciones que dan a las calles son oxxos, gasolineras, farmacias del ahorro, elektras y demás adefesios chaparros y desechables. Tampoco la arquitectura religiosa reciente tiene buenos ejemplares. El elegante edificio San Juan sobre vialidad Metepec carece de plaza pública, su espacio libre es privado como el de los centros comerciales.
Se le ha dado la espalda a la traza urbana tradicional, tan sabia como antigua, que nos proporcionó las más bellas plazas mexicanas. Se pensó que habían pasado de moda y que la modernidad consistía en usar el auto hasta la cocina, en desaparecer las banquetas, en encerrar a la gente en sus privadas y sólo sacarla a pasear dinero en mano. En Huixquilucan, donde crecen las torres de departamentos y su aspecto es impecable y moderno, no existe una sola plaza pública. No hay dónde sentarse a ver pasar la gente, la gente ahí no se deja ver, anda encerrada en el auto y a baja velocidad, porque tampoco hay traza urbana coherente. En el nuevo Huixquilucan no se puede salir de casa sin un peso en la bolsa, no hay donde noviar gratis, no hay bancas bajo las copas de los árboles, ni kioscos, ni fuentes, ni campanas de iglesias, ni pájaros siquiera. No hay tradición. Se copian los malos modales del vecino del norte, que come sin cubiertos a bordo de sus autos, que no sabe del placer de deambular en Semana Santa por una plaza mexicana tradicional.
En cambio la Plaza Juárez del Centro Histórico del Distrito Federal es un buen ejemplo contemporáneo a seguir; diseñada por el gran arquitecto mexicano Ricardo Legorreta, enmarca el espacio público con altas torres y deja que la antigua Alameda y el Hemiciclo a Juárez cierren el paisaje. La exhibición de esculturas en ese nuevo espacio público, es un deleite; el uso mixto de departamentos, oficinas federales como la Secretaría de Relaciones Exteriores y el rescate del templo Corpus Christi hacen una combinación perfecta de lo que puede ser el urbanismo del siglo XXI basado en el respeto a la tradición de las plazas.
El espacio público es lo que hace la diferencia entre un conglomerado y una ciudad. Sin urbanidad y sin buenas costumbres sólo construimos la riqueza de unos cuantos promotores y la pobreza de la población en general. El ciudadano integral debe disfrutar de los espacios democráticos que lo eleven a la categoría de soberano, las plazas públicas son la quintaesencia de la ciudad y de sus civiles ciudadanos. Adquirir tierra para desarrollar espacios integrales como el complejo de la Plaza Juárez puede ser la gran tarea de los gobiernos del futuro que quieran ser recordados por varias generaciones. Un lugar donde ir a tomar un helado, lustrarse los zapatos, leer el periódico, saludar al amigo, contemplar los fuegos artificiales, dar el grito e izar y arriar la bandera. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?
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