ARBOLADO URBANO EN ÉPOCA DE GUERRA
Publicado como TALA DESMEDIDA en CAMBIO de Septiembre 2009
Cuando hay guerra no hay quien haga el jardín.
Cuando Estados Unidos bombardeó Bagdad en 2003, la primera escena de guerra que mostraron las pantallas de televisión fue la de unas palmeras incendiándose. Las palmeras de las Mil y una Noches, las elegantes palmeras de los jardines de Babilonia ardían como símbolos del fin de un mundo feliz. Desde entonces a la fecha, y en nombre de la seguridad, se viene acabando con muchas palmeras y árboles urbanos incluso en países como el nuestro, que inició su propia guerra contra la delincuencia tres años después, en 2006.
Toluca está en guerra. Tuve que caminar 750 metros desde Servicios Periciales junto a la Procuraduría de av. Morelos hasta la Comercial Mexicana de Tollocan para hacer un pago oficial. Era mediodía y el sol quemaba. No hubo un solo árbol que me diera sombra. Caminé la calle 28 de octubre es ancha, su banqueta también, pero no encontré un solo árbol. Alcancé a ver, sin embargo, dentro del panteón, las copas de los viejos árboles que dan sombra a los muertos, pero de este lado, del lado de los que todavía vivimos, ni un solo árbol.
Crucé otra calle ancha, la avenida Fidel Velázquez y tampoco. Ni una fronda, ni un pastito verde. Y eso que se trata de una calle tranquila, que bien podría tener un alegre camellón arbolado al centro. Sentí sed y sentí miedo porque a la largo del camino sólo me crucé con uniformados de negro cargados de armas. Esa calle era antes una romería, cuando se expedían ahí las licencias de conducir. Ahora no hay un alma. Quedan dos o tres puestos de comida vacíos en la árida banqueta. Soy peatón esporádico y el caminar me motiva a la reflexión. Hoy me vi obligada a caminar y pensé en un principio que el trayecto sería un paseo y un agradable ejercicio. Pero una ciudad sin peatones es una rareza difícil de entender en un lunes a mediodía.
Luego, el rompecabezas se empezó a armar, cuando más tarde, pasé frente a las instalaciones de la Policía Federal, saliendo por Morelos: dos añosos fresnos habían sido talados con saña, dejando sólo sus troncos muertos de pie. Y entonces recordé que estamos en estado de guerra, de una guerra mal entendida, donde las corporaciones policíacas la emprenden contra los árboles. Toda la frustración, el odio y la agresividad que se les enseña en las academias, las desquitan los policías contra el arbolado urbano. En la desarbolada calle del Panteón por la que me vi obligada a caminar se encuentra ahora la ASE (Agencia de Seguridad Estatal).
Unos y otros, federales y estatales son muy machos y los árboles son maricones. Son muy machos y los árboles son delincuentes, son muy machos y los árboles son pobres diablos que no pueden gritar ni defenderse. Si se gastara en arbolado urbano lo que se destina en equipo represivo, qué verdor y que belleza tendríamos todos. ¡Pero no vaya a ser que un capo narcotraficante se suba a esconder en la copa de un árbol, qué miedo! Talemos, que al fin andamos armados.
Publicado como TALA DESMEDIDA en CAMBIO de Septiembre 2009
Cuando hay guerra no hay quien haga el jardín.
Cuando Estados Unidos bombardeó Bagdad en 2003, la primera escena de guerra que mostraron las pantallas de televisión fue la de unas palmeras incendiándose. Las palmeras de las Mil y una Noches, las elegantes palmeras de los jardines de Babilonia ardían como símbolos del fin de un mundo feliz. Desde entonces a la fecha, y en nombre de la seguridad, se viene acabando con muchas palmeras y árboles urbanos incluso en países como el nuestro, que inició su propia guerra contra la delincuencia tres años después, en 2006.
Toluca está en guerra. Tuve que caminar 750 metros desde Servicios Periciales junto a la Procuraduría de av. Morelos hasta la Comercial Mexicana de Tollocan para hacer un pago oficial. Era mediodía y el sol quemaba. No hubo un solo árbol que me diera sombra. Caminé la calle 28 de octubre es ancha, su banqueta también, pero no encontré un solo árbol. Alcancé a ver, sin embargo, dentro del panteón, las copas de los viejos árboles que dan sombra a los muertos, pero de este lado, del lado de los que todavía vivimos, ni un solo árbol.
Crucé otra calle ancha, la avenida Fidel Velázquez y tampoco. Ni una fronda, ni un pastito verde. Y eso que se trata de una calle tranquila, que bien podría tener un alegre camellón arbolado al centro. Sentí sed y sentí miedo porque a la largo del camino sólo me crucé con uniformados de negro cargados de armas. Esa calle era antes una romería, cuando se expedían ahí las licencias de conducir. Ahora no hay un alma. Quedan dos o tres puestos de comida vacíos en la árida banqueta. Soy peatón esporádico y el caminar me motiva a la reflexión. Hoy me vi obligada a caminar y pensé en un principio que el trayecto sería un paseo y un agradable ejercicio. Pero una ciudad sin peatones es una rareza difícil de entender en un lunes a mediodía.
Luego, el rompecabezas se empezó a armar, cuando más tarde, pasé frente a las instalaciones de la Policía Federal, saliendo por Morelos: dos añosos fresnos habían sido talados con saña, dejando sólo sus troncos muertos de pie. Y entonces recordé que estamos en estado de guerra, de una guerra mal entendida, donde las corporaciones policíacas la emprenden contra los árboles. Toda la frustración, el odio y la agresividad que se les enseña en las academias, las desquitan los policías contra el arbolado urbano. En la desarbolada calle del Panteón por la que me vi obligada a caminar se encuentra ahora la ASE (Agencia de Seguridad Estatal).
Unos y otros, federales y estatales son muy machos y los árboles son maricones. Son muy machos y los árboles son delincuentes, son muy machos y los árboles son pobres diablos que no pueden gritar ni defenderse. Si se gastara en arbolado urbano lo que se destina en equipo represivo, qué verdor y que belleza tendríamos todos. ¡Pero no vaya a ser que un capo narcotraficante se suba a esconder en la copa de un árbol, qué miedo! Talemos, que al fin andamos armados.
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