viernes, 23 de julio de 2010


2005a MONUMENTOS ARBÓREOS

Publicado como “Testigos mudos de la Historia” en CAMBIO 01/Junio 2005



Un árbol con historia es un monumento arbóreo. La historia puede ser ilustre como la de los ahuehuetes plantados en Chapultepec por el Rey Nezahuatcóyotl o casi desconocida, como la de la palmera de Paseo de La Reforma, pero en ambos casos nos encontramos ante personajes vivos que dan identidad a un sitio.

La UNESCO es el ente internacional que acuña el término de Monumento Arbóreo para poder declarar con valor patrimonial algunos árboles magníficos y hacer que sean preservados y admirados. Como seres vivos algunos árboles viven muchos más años que el hombre, de ahí que una manera de perpetuarnos, sea plantando un árbol conmemorativo o evocativo de alguien querido. Madrid acaba de inaugurar el Jardín de los Ausentes en honor de las víctimas del acto terrorista de 2004 donde 192 personas perdieron la vida. Ahora, 192 olivos y cipreses están vivos en su honor. Siempre será mejor evocar a un ausente plantando un árbol que crezca y de frutos, que enviar una corona de flores que estará maloliente en pocos días.

El más grande y antiguo árbol de México es el ahuehuete que se encuentra en la localidad de El Tule, en Oaxaca. Este sabino tiene cerca de 2,000 años y el diámetro de su tronco es el mayor del mundo. Ahuehuete quiere decir en nahuatl “Árbol viejo de Agua”. Gracias a un excelente trabajo de riego de sus raíces, este viejo árbol reverdeció y se encuentra ahora gozando de mejor salud de la que tenía 15 años atrás. Sin duda es el ejemplo más evidente de lo que es un Monumento Arbóreo porque además, su especie, Taxodium Mucronatum, es nativa de México y consecuentemente es nuestro árbol nacional.

La carencia de agua en todo el país está poniendo en riesgo los sabinales que se dan naturalmente a lo largo de los ríos, o en ojos de agua. En Valle de Bravo, en el manantial de “La Pila Seca” encontramos uno de ellos. Se cuenta que bajo la sombra de este ahuehuete se ofició la primera misa en el antiguo Temascaltepec. Tiene ahora cerca de 700 años. El agua parece manar de sus raíces, su altura se divisa desde lejos y a su sombra se siente fresco y una paz antigua e imponente.

Otro ahuehuete famoso es el de la Noche triste. No lo conozco, porque la ruta que siguió Cortés en la huída de Tenochtitlan no es precisamente un recorrido amable como debería de serlo, para evocar la Historia. La línea 2 del Metro sigue subterráneamente los pasos de españoles y tlaxcaltecas desde el Monumento a la Revolución hasta Popotla y Tacubaya donde se reagruparon ese 30 de junio de 1520. Este Árbol de la Noche Triste, pintado por José María Velasco en 1910, cuando estaba aún con vida, tuvo una historia triste también. Pudiendo gozar de buena salud (con un buen tratamiento de agua en sus raíces) fue empero incendiado por unos borrachitos que no sabían nada de historia ni de monumentos arbóreos hace cosa de 15 años.

Hemos perdido la oportunidad de recordar a Cuahtémoc, el jefe mexica, al pie de la ceiba en la que fue ahorcado el 28 de febrero de 1525 durante la expedición a las Hibueras en un impreciso sitio que los cronistas llamaron Izcancanac, por tierras de Tabasco. Cualquier ceiba (póchotl en lengua nahua) sería buena para evocarlo. Si Eulalia Guzmán, esa incansable rastreadora de huesos de Cuahtémoc, hubiera escogido alguna y la hubiera imbuido del mito y el misterio de esa muerte cristiana en tierras tropicales, quizás la selva del sureste hubiera corrido mejor suerte. Quiero pensar que la magia del imponente árbol histórico hubiera impedido la tala salvaje que se produjo el siglo pasado con la insensata introducción de ganado.

Volviendo al altiplano, la ciudad de Toluca cuenta con un árbol extraño, que no es propio de su región y que fue plantado a mediados del siglo XIX. Se trata del Árbol de las Manitas, un ejemplar retorcido de Chiranthodendron Pentadactylon. En el libro “Jardines Naturales, Flora Silvestre del Estado de México”, Alfonso Rojas nos cuenta que “los mexicas lo denominaron Macpalxochitl quahuitl: árbol con flores en forma de mano roja”.
Es oriundo de Oaxaca y fue en la Facultad de Ciencias Agrícolas de la UAEM donde por fin el árbol se dejó reproducir, cosa que no lograban hacer técnicos extranjeros. Este gran árbol de hoja ancha da nombre a la calle donde se encuentra, en la casa de la familia Colín. Sus flores se venden para hacer infusiones contra padecimientos cardíacos.

Las palmeras datileras o mediterráneas fueron introducidas a México desde las Islas Canarias. Se aclimataron bien al altiplano y estuvieron de moda en el período Decó. Muchas colonias de la ciudad de México y avenidas enteras fueron jardinadas con estas elegantes palmeras. La estación del metro Xola tiene como ícono una de estas palmeras, sólo que cuando se hicieron los ejes viales, las paganas fueron ellas. Además de la famosa palmera de la glorieta de río Rhin y Paseo de la Reforma, las que pueblan la Avenida Hidalgo de Toluca, se quedan guardadas en la memoria. Son una presencia formidable, verdaderas columnas con penacho, fueron plantadas durante la gobernatura de Wenceslao Labra y hoy, 75 años más tarde siguen dando carácter al sitio.

Un árbol conmemorativo, el del Centenario del Instituto Científico y Literario fue plantado en 1928 bajo el torreón del Meteorológico de la Universidad. (En esa misma fecha se erigió el magnífico monumento al Maestro en la esquina de Instituto Literario y Juárez).
El árbol es un gran fresno (Fraxinus Udhei) que quedó alineado, al otro extremo de la Plaza de la Autonomía, al otro gran árbol universitario: la Mora. Las moreras fueron introducidas a México por Hernán Cortés para que produjeran gusanos de seda. La Mora de la UAEM, en la esquina de Gómez Farías y Rayón es el árbol al que se subían los estudiantes para lanzase a la alberca del antiguo Instituto. La alberca ha desaparecido y la Mora está desapareciendo también, bajo una gruesa capa pintura azul celeste que le aplican en el tronco sin misericordia.

Debemos ir pensando en plantar un árbol simbólico para conmemorar en 2010 el centenario de la Revolución Mexicana y el bicentenario de la Independencia. En medio de un gran prado verde o dorado,(nuestro pasto cambia de color según la época del año) lucirá espléndido y será testigo de que los ciudadanos tenemos memoria y que recordamos las gestas de los justos con obras vivas que serán en el futuro Monumentos Arbóreos.

EN DEFENSA DEL PASEO TOLLOCAN


Ponencia presentada en el III CONGRESO de Arquitectura de PAISAJE en León, Guanajuato, el 22 de agosto de 2002



Antecedentes
El Paseo Tollocan se crea en 1972 a lo largo del antiguo Camino Real entre Lerma y Toluca. Conocido por todos los viajeros que se dirigen al poniente del país, el Paseo Tollocan se caracterizó por ser una refrescante puerta de acceso a la provincia mexicana. Una colosal estatua de Emiliano Zapata se agrandaba ante los ojos conforme se accedía a una vía particularmente amable, sombreada de frondosos sauces llorones y por magníficas matas de colas de zorro dispuestas en zigzag. La recta se perdía en el horizonte flanqueada por generosos acotamientos de mexicano tezontle rojo y, 10 kilómetros más adelante, comenzaba la ciudad de Toluca en la Avenida Hidalgo que conserva palmeras datileras plantadas en 1940 y el monumento a la Madre.
En 1972 el gobernador del Estado era el Profesor Carlos Hank González y su Secretario de Obras Públicas era el Ingeniero Bulmaro Roldán. El encargado del insuperable trazo original del Paseo fue el Dr. en Ing. Melchor Rodríguez Caballero: el paisajista fue el arquitecto Carlos Bernal Salinas. La escultora de las obras monumentales de tezontle rojo fue Ángela Gurría y el director de toda la orquesta, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez. Lejos de ser una obra huérfana, el Tollocan goza de muchos padres, como toda obra bien hecha.


Descripción

Esta espectacular vialidad se caracteriza por tener en cada sentido dos carriles de alta velocidad y dos de baja, separados por generosos camellones arbolados. El ferrocarril corre paralelo al Paseo, entre los carriles de baja y alta velocidad y abastece fundamentalmente a las industrias automotrices, ya que el transporte de pasajeros ha dejado de funcionar desde finales de los 90. El paseo corre de oriente a poniente y en su lado norte se instala un parque industrial a partir de 1964. Del lado sur se van desarrollando áreas habitacionales. Un vasto camellón central divide los flujos vehiculares. Con sus 10.5 kilómetros de largo y una sección que sobrepasa los 100 metros, el Tollocan constituye un parque de 150 hectáreas.


La vegetaciónSus estratos son elegantes y sabios: los negros juníperos fueron plantados para evitar encandilamientos, los sauces llorones para atrapar el agua y evocar el cauce de una cuenca que se sigue desecando, amén de atestiguar el paso de las estaciones. Grandes chopos fueron transplantados desde Chalco en bosquetes a cada tanto. Contrastes de verdes se producen aquí y allá con algunas coníferas, con un magnífico fresno añoso y por último, con los más viejos sauces blancos del antiguo camino real. Una cubierta de pasto rústico mantiene el verde casi todo el año pese a las heladas invernales.


Los daños
A lo largo de sus 30 años de vida el Paseo ha sufrido y sigue sufriendo muchos embates.
1. Las fuentes de recios chorros que provocaban arcoiris han dejado de funcionar, los miles de “pampagrasses” o colas de zorro fueron rociadas con brea y quemadas de raíz por la Junta de Caminos.
2. El general Zapata fue movido de su eje fundamental y condenado a un lado, donde ha perdido escala y valor. Un par de recientes puentes carreteros motivaron su traslado.
3. Estos puentes nuevos no copian a los otros dos originales existentes, construidos con suaves pendientes en taludes empastados, sino que son producto de una construcción mercantil de obra tipo.
4. Los puentes peatonales que se han construido carecen de diseño, son estructuras estandarizadas, nada adecuadas al paisaje excepcional del Tollocan.
5. Se plantaron indiscriminadamente gran cantidad de cedros blancos (cipreses en realidad) como si fueran lechugas y en ellos se entretienen algunos aficionados a la topiaria. Su aspecto desmerece el conjunto.
6. Un gran mástil sin bandera fue colocado al centro de un área devastada sin pena ni gloria. Retirado en 2005, se erige ahora un monumento a Hank González.
7. Muchos sauces son mochados para que su follaje no impida la visión de anuncios espectaculares.


El ejemplo
Diseñado para ser observado en movimiento y apreciado como una obra estática, el paseo tiene un carácter único. Sus esculturas monumentales tienen la virtud de abrir un compás de formas telúricas al paso de los autos. Recorrerlo es una experiencia grata aún hoy.



La amenazaEn 2002 la Secretaría de Comunicaciones y Transportes del Estado de México acometió la construcción de un tercer carril en la franja de alta velocidad, lo que implicó la pavimentación de 7 hectáreas de áreas verdes, la tala de 470 árboles maduros y la colocación de altas guarniciones de concreto a ambos lados para impedir la visibilidad de los prados. El proyecto pretendió convertir el paseo en un viaducto común y corriente.
Las obras, a cargo de la Junta de Caminos y se llevaron a cabo en forma nocturna.
El despacho del Arq, Pedro Ramírez Vázquez conoció del proyecto y designó al Arq. Arturo Márquez Serrano para rediseñar los puentes peatonales que se colocaron y que carecen de diseño adecuado.


Reflexiones
En treinta años el Paseo Tollocan ha estado solo, no se ha construido ninguna otra vialidad alterna, mientras la ciudad de Toluca y su área conurbada crecieron 10 veces. La SCT no presenta ningún estudio de ingeniería de transporte ni de simulación de distintas alternativas para soportar este nuevo ataque a esta obra patrimonial. El diagnóstico de que el Paseo Tollocan quedó chico, no es sensato porque el Tollocan no puede crecer. Hacerlo crecer a la fuerza es tanto como destruirlo Existen opciones viales alternas como la conclusión de la vialidad “Las Torres” que no tiene principio ni fin, o el libramiento norte que saliendo de la autopista México-Toluca a la altura del río Lerma se piensa que derive el tránsito que se dirige hacia el norte, es decir, hacia Querétaro y Guadalajara.


Alternativas
Como quedó claro en el Foro que sobre la conservación del Paseo Tollocan se llevó a cabo en el Salón de Cabildos del H. Ayuntamiento de Toluca, el 4 de septiembre de 2002, la vulnerabilidad de toda la ciudad se encuentra en contar con sólo una vía de importancia como el Tollocan. El viernes 11 de octubre de 2002 los tianguistas del Mercado Juárez cerraron esta vía provocando un caos mayúsculo. La ciudad carece de vías alternas y quedó probado lamentablemente en la práctica, que no importa cuántos carriles se le añadan al Paseo, mientras siga siendo la única vía de acceso a la ciudad, los riesgos de paralización seguirán latentes.
La zona industrial, al norte del Paseo, carece de una vía paralela que permita el regreso de los trailers sin necesidad de reincorporarse al Tollocan a través de sus congestionados puentes. Las incipientes calles que abastecen a las industrias se ven truncadas por asentamientos arbitrarios como el de General Motors que se apoderó de terreno y vialidades a un tiempo. La complacencia oficial sin duda permitió tal absurdo urbano heredando los problemas de circulación a la actualidad. La carga pesada de trailers y camiones debe obligadamente recurrir al Tollocan como única vía de salida debiendo reintegrarse cruzando sus puentes que están más que saturados y que lo seguirán estando mientras no haya alternativas de circulación.
Por otro lado, al sur del Paseo, se fue construyendo de tramo en tramo la vialidad Las Torres, bajo las líneas de alta tensión. Esta vía de 3 carriles en cada sentido no fue asesorada por ningún paisajista, consecuentemente, su amplio camellón de hasta 100 metros de ancho carece de tratamiento y suele ser basurero de cascajo entre milpas. Careciendo de drenaje pero contando con altísimas guarniciones, Las Torres se convierte en un río en días de lluvia. El agua no alcanza sus prados y no se reabsorbe como en el sabio Paseo Tollocan. Pero lo peor es que esta vía, Las Torres, sigue inconclusa y en la actualidad tuerce su trazo y lleva toda su pesada carga vehicular precisamente al Paseo Tollocan a la altura del Boulevard Aeropuerto.
Las alternativas de circulación pueden llevarse a cabo si se teje una trama fina de pavimentación de calles tanto al norte como al sur del Paseo, permitiendo al tránsito local salirse del Paseo encontrando su ruta doméstica cotidiana. Los mayores estorbos a este simple plan lo constituyen conspicuas construcciones que se han asentado sobre las brechas, como el hotel Holliday Inn, que se localiza obstruyendo la calle Francisco I. Madero. Las transversales, las vías norte-sur son también necesarias y existen insinuadas en terracerías. Lamentablemente no es política municipal el pavimentarlas antes de su invasión y consecuentemente al sur del Tollocan que es zona urbana, sólo existen macromanzanas. Las distancias entre una y otra vialidad norte-sur es tal que no se pueden realizar a pie. Consecuentemente los recorridos se tornan muy largos aunque las distancias a salvar sean cortas, porque sólo ingresando al Paseo Tollocan se logra acceder a otra vialidad.

La propuesta
1.- Una posibilidad para que el Paseo Tollocan deje de ser agredido y que recupere su lustre y plenitud es la de elevarlo al rango de Patrimonio Natural y Cultural de la nación o de la Humanidad a través de la UNESCO. De otra manera los pocos interesados en su conservación nos vamos cansando de luchar contra la insensatez de funcionarios públicos que empiezan obras baratas en cada período electoral sin medir las consecuencias.
2.- Es necesario que los Secretarios de Desarrollo Urbano y Obras Públicas del Estado dejen de ser Ingenieros Civiles, ya que en su preparación profesional carecen de materias como Urbanismo y Paisaje y arremeten contra el patrimonio vegetal como contra chatarra pestilente.
3.- Es necesario que el Secretario de Comunicaciones y Transportes que impulsa la idea de destruir el Paseo Tollocan deje de ser un Abogado.
4.- Es necesario que se realicen los libramientos norte y sur antes de seguir con la destrucción del Paseo.
5.- Es necesario divulgar los valores paisajísticos, históricos y estéticos del Paseo Tollocan para que la población local lo valore en su justa medida y lo defienda de los agresores de hoy y de mañana.
6.- Se debe reposicionar la escultura ecuestre del General Zapata donde siga dando la bienvenida al viajero flanqueado como antes, por el ejército de sauces llorones.
7.- Se deben retirar las decenas de anuncios espectaculares que el Gobierno del Estado se atrevió a colocar a lo largo de sus camellones e impedir que nadie vuelva a colocarlos.
8.-Es necesario volver a hacer funcionar las fuentes y las ciclopistas, replantar los cuatro kilómetros de pampa grasses y limpiar de basura sus largos y maltratados 10 kilómetros.

martes, 20 de julio de 2010

2001 Tributo al Altiplano


TRIBUTO AL ALTIPLANO
Publicado en El Sol de Toluca, 28 Octubre, 2001



Regresar al altiplano después de unas vacaciones en la costa es una experiencia fresca y vivificante que nos reconcilia con esta tierra de tepozanes donde vivimos. Conforme nos adentramos en la sierra, los cactus sustituyen a las palmeras y la humedad bochornosa que traemos adherida a la piel se seca hasta la deshidratación. Junto a las primeras nopaleras del altiplano se comienzan a sentir los labios resecos al tiempo que se nos “aviva el seso” -como dijera Manrique. El fresco de la altura pone las ideas en orden y el cuerpo, que venía perezoso y dilatado, se enjuta y se alerta, listo para el trabajo. Hasta el cabello esponjado vuelve a su sitio en este pedazo de suave patria que no fue favorecido por los pinceles de José María Velasco.
Quienes nacimos en otra latitud tardamos mucho en entender las características peculiares de Mesoamérica, este único lugar del mundo donde se dan las coníferas en el trópico, gracias a la altura, como lo señala el mapa de bio-regiones editado por la National Geoghaphic. Sólo en el altiplano mexicano conviven plátanos con pinos. El exotismo de tal combinación no deja de sorprenderme a pesar del paso del tiempo, la costumbre no echa raíces en la contemplación admirada del verde tierno del plátano contra el verde oscuro de los cipreses mexicanos. Me envuelve la conciencia de vivir en un sitio casi mágico, único, sólo parecido a sí mismo y distinto a todos los demás lugares de la tierra.

Las Estaciones
El invierno seco es seguido por el verano seco sin que medie primavera alguna. Luego sobreviene un largo otoño de seis meses de lluvias. El bochorno del clima cálido es desconocido en Toluca y alrededores, la piel siempre está seca y la frente despejada.
Quienes han nacido en este clima ideal, con suelo fértil donde todo crece, donde el sol sana cualquier herida y donde el agua brota en manantiales, no alcanzan a valorar tanto privilegio. Es necesario que comparemos éste, nuestro paisaje altiplano, con el de Afganistán, donde nada parece brotar del suelo, o con los de EU donde en invierno están bajo la nieve y en verano se mueren literalmente de calor. Veremos entonces que estamos viviendo en algún lugar muy cercano al Jardín del Edén. En el altiplano las flores silvestres están presentes en todas las temporadas, el suelo está siempre festivo y mudando de colores.
Pocas especies de árboles pierden totalmente sus hojas en el altiplano mexicano debido a la escasa diferencia de horas-luz entre los solsticios de invierno y de verano. Algunas variedades de fresnos ya están retoñando cuando otras apenas están amarilleando. Sin embargo los sauces blancos y los llorones se pelan a fin de año volviéndose casi transparentes, para luego reverdecer a partir de brotes color rosa como pimpollos. Los bienamados sauces llorones del Paseo Tollocan o los que acompañan al río Lerma a lo largo de su cauce como amantes del agua mansa, nos señalan los caminos del bien que hemos cuidado mal. Sus frondas señalan el malogrado río que nace en lo alto del altiplano y que recibe resignado la escoria de nuestra indiferencia y de nuestra mezquina suciedad.
Es de admirarse cómo sobreviven las especies endémicas entre las necrófilas botellas de plástico que ruedan por besanas y cunetas. Las nopaleras de Atlacomulco y los encinos de los cerros que nos envuelven son testigos de la valiente perseverancia de las milpas que salen erguidas año con año entre bolsitas de plástico y que se sobreponen al hielo seco de los vasos desechables y a todo el cartón plastificado de la comida chatarra que consumimos los maleducados hijos de la televisión. Los saúcos por su parte siguen floreando y donando sus frutos en las hondonadas del volcán, ésas que en tiempo de lluvias acarrean todo tipo de basura: llantas, trapos y celofanes.

Árboles Muertos
Los oyameles son sólo valorados como árboles de Navidad. Los cortamos para cubrirlos de ridículas ropas multicolores y foquitos gastadores de energía y luego los tiramos a la basura. Muchos invertimos en esos arbolitos muertos más de lo que gastamos en todo el año en especies vivas.

Buena empresa debe ser, como propósito de Navidad y año nuevo, cuidar un árbol vivo, o sembrar otro en memoria de alguien que se fue, o aprender a reconocer las especies que pueblan la ciudad; salir de día de campo para tocar los troncos de los árboles y sentirlos con las palmas de las manos, olerlos y escucharlos cuando se doblan con el viento. Estos placeres son gratuitos, vivificantes, educativos, no dañan el paisaje y nos hacen ser gente mejor, más cercana a la tierra madre. La tierra del altiplano es generosa y bella como su cielo azul, sus peñas con magueyes y su volcán con cardos. Suave patria de yucas, de ocotes de heladas y de sol radiante.