martes, 20 de julio de 2010

2001 Tributo al Altiplano


TRIBUTO AL ALTIPLANO
Publicado en El Sol de Toluca, 28 Octubre, 2001



Regresar al altiplano después de unas vacaciones en la costa es una experiencia fresca y vivificante que nos reconcilia con esta tierra de tepozanes donde vivimos. Conforme nos adentramos en la sierra, los cactus sustituyen a las palmeras y la humedad bochornosa que traemos adherida a la piel se seca hasta la deshidratación. Junto a las primeras nopaleras del altiplano se comienzan a sentir los labios resecos al tiempo que se nos “aviva el seso” -como dijera Manrique. El fresco de la altura pone las ideas en orden y el cuerpo, que venía perezoso y dilatado, se enjuta y se alerta, listo para el trabajo. Hasta el cabello esponjado vuelve a su sitio en este pedazo de suave patria que no fue favorecido por los pinceles de José María Velasco.
Quienes nacimos en otra latitud tardamos mucho en entender las características peculiares de Mesoamérica, este único lugar del mundo donde se dan las coníferas en el trópico, gracias a la altura, como lo señala el mapa de bio-regiones editado por la National Geoghaphic. Sólo en el altiplano mexicano conviven plátanos con pinos. El exotismo de tal combinación no deja de sorprenderme a pesar del paso del tiempo, la costumbre no echa raíces en la contemplación admirada del verde tierno del plátano contra el verde oscuro de los cipreses mexicanos. Me envuelve la conciencia de vivir en un sitio casi mágico, único, sólo parecido a sí mismo y distinto a todos los demás lugares de la tierra.

Las Estaciones
El invierno seco es seguido por el verano seco sin que medie primavera alguna. Luego sobreviene un largo otoño de seis meses de lluvias. El bochorno del clima cálido es desconocido en Toluca y alrededores, la piel siempre está seca y la frente despejada.
Quienes han nacido en este clima ideal, con suelo fértil donde todo crece, donde el sol sana cualquier herida y donde el agua brota en manantiales, no alcanzan a valorar tanto privilegio. Es necesario que comparemos éste, nuestro paisaje altiplano, con el de Afganistán, donde nada parece brotar del suelo, o con los de EU donde en invierno están bajo la nieve y en verano se mueren literalmente de calor. Veremos entonces que estamos viviendo en algún lugar muy cercano al Jardín del Edén. En el altiplano las flores silvestres están presentes en todas las temporadas, el suelo está siempre festivo y mudando de colores.
Pocas especies de árboles pierden totalmente sus hojas en el altiplano mexicano debido a la escasa diferencia de horas-luz entre los solsticios de invierno y de verano. Algunas variedades de fresnos ya están retoñando cuando otras apenas están amarilleando. Sin embargo los sauces blancos y los llorones se pelan a fin de año volviéndose casi transparentes, para luego reverdecer a partir de brotes color rosa como pimpollos. Los bienamados sauces llorones del Paseo Tollocan o los que acompañan al río Lerma a lo largo de su cauce como amantes del agua mansa, nos señalan los caminos del bien que hemos cuidado mal. Sus frondas señalan el malogrado río que nace en lo alto del altiplano y que recibe resignado la escoria de nuestra indiferencia y de nuestra mezquina suciedad.
Es de admirarse cómo sobreviven las especies endémicas entre las necrófilas botellas de plástico que ruedan por besanas y cunetas. Las nopaleras de Atlacomulco y los encinos de los cerros que nos envuelven son testigos de la valiente perseverancia de las milpas que salen erguidas año con año entre bolsitas de plástico y que se sobreponen al hielo seco de los vasos desechables y a todo el cartón plastificado de la comida chatarra que consumimos los maleducados hijos de la televisión. Los saúcos por su parte siguen floreando y donando sus frutos en las hondonadas del volcán, ésas que en tiempo de lluvias acarrean todo tipo de basura: llantas, trapos y celofanes.

Árboles Muertos
Los oyameles son sólo valorados como árboles de Navidad. Los cortamos para cubrirlos de ridículas ropas multicolores y foquitos gastadores de energía y luego los tiramos a la basura. Muchos invertimos en esos arbolitos muertos más de lo que gastamos en todo el año en especies vivas.

Buena empresa debe ser, como propósito de Navidad y año nuevo, cuidar un árbol vivo, o sembrar otro en memoria de alguien que se fue, o aprender a reconocer las especies que pueblan la ciudad; salir de día de campo para tocar los troncos de los árboles y sentirlos con las palmas de las manos, olerlos y escucharlos cuando se doblan con el viento. Estos placeres son gratuitos, vivificantes, educativos, no dañan el paisaje y nos hacen ser gente mejor, más cercana a la tierra madre. La tierra del altiplano es generosa y bella como su cielo azul, sus peñas con magueyes y su volcán con cardos. Suave patria de yucas, de ocotes de heladas y de sol radiante.

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