UN PARANINFO PARA LA UAEM
Publicado en El Manifiesto el 18 de octubre 2006
A principios de 1996 me llamaron de Prepa 1, que si por favor pasaba a hablar con el Secretario Administrativo. Intrigada llegué al plantel. El funcionario caminaba a mi lado mientras me hacía algunas preguntas. Yo iba distraída porque acababa de distinguir dos árboles de las Manitas en uno de los prados. Total, nos detuvimos en la cancha de cemento, un inmenso piso gris agrietado y deprimente. Un pobre sauce daba una pequeña sombra a tanta aridez. “Estas son las piedras” me dijo el Secretario. “Lo que queremos saber es si pueden servir para cimentar unas aulas, yo creo que sería un buen ahorro de dinero utilizarlas”.
Las piedras rodeaban el sauce, eran multicolores, pintadas con aerosol y entre una y otra asomaba el pasto. Distinguí dos grandes piedras a guisa de portería en medio de la plancha de concreto. Pregunté por ellas: “También las usan para demoler la barda de tanto en tanto” fue la respuesta. Efectivamente, la barda de Matamoros estaba rota y tapiada con láminas.
Mi cuerpo, antes que mi razón, respondía a lo que estaba viendo. Las piernas comenzaron a fallarme, creo que me hormigueaban y el corazón me latía furioso. Yo seguía sin entender, pero intuía.
Distinguí un capitel, unas molduras, finas curvas, y algunos números en pintura blanca. Había cortes curiosos excavados en las piedras, propios del arte de la esterotomía que no se aprecia por fuera. El cerrito donde crecía el sauce era enteramente de piedras… primorosamente labradas.
El cimiento de las aulas tendría que esperar tantito, yo quería saber qué estaba viendo y me dirigí con el Profesor Inocente Peñaloza, nuestro cronista universitario. Con su acostumbrada bonhomía me informó sobre el origen de “las piedras” y de muchas otras cosas de los años 60. Fue una charla magnífica, una lección de historia desquiciada. No salía de mi azoro. Solicité y logré un enlace telefónico con el Rector de entonces, el Mtro. Marco Antonio Morales. Le inquietó que yo hubiera hecho ese hallazgo. “Que no se entere nadie”- me dijo- “¡Imagínese si algún periodista descubre que la Universidad tiene ahí tirada la fachada de la antigua Legislatura del Estado!”. Yo porfiaba, quería armar el rompecabezas ahí mismo sobre la horrorosa cancha de concreto. “Por supuesto que no, se van a ver desde la reja de Venustiano Carranza” fue su respuesta.
¿’Tons qué?...
Entonces las piedras fueron transportadas con mucho esfuerzo y en cuatro viajes de volteo hasta la escuela de veterinaria en Tlachaloya. Aproveché a los cargadores para acomodar las piezas por afinidades. Cornisas con cornisas, fustes con fustes, alguna base y dos basas y paren de contar. ¿Y las ventanas primorosas del edificio?, ¿dónde estaban? Las rejas que cerraban los arcos centrales se encontraban en casa de “una famosa política de la época de la demolición” según me explicaba Don Amador López, el memorioso cronista informal de la ciudad de Toluca. Sin embargo según el Arq. Jesús Castañeda Arratia las rejas se encuentran en Zacualpan.
Lo cierto es que toda la calle de Belisario Domínguez que corría paralela a la catedral fue demolida en 1968 como parte de la transformación que sufrió la ciudad a costa de su patrimonio edilicio. Curiosamente en esa calle tuvieron su primer despacho los arquitectos Emilio y José Luis Gutiérrez.
La fachada que yo acababa de “descubrir” era sólo eso, una fachada que había mandado hacer el gobernador General Vicente Villada para darle prestancia a la casona que alojaba la legislatura del Estado y cuyos fondos tocaban el baptisterio del antiguo y desaparecido complejo conventual franciscano de San José Toluca, conocido hoy popularmente como Capilla Exenta, la que era entonces utilizada como archivo de la Cámara de Diputados.
El arquitecto Víctor Manuel Villegas fue el encargado de la restauración del baptisterio, como puede apreciarse en las láminas que ilustran el interior del inmueble. A él debemos también que la magnífica iglesia de la Santa Veracruz fuera liberada de construcciones adheridas a su lado sur.
Finalmente, en vista de la importancia histórica de la fachada en cuestión, consideré pertinente sugerir que se rearmaran sobre un muro de soporte y siguiendo el principio de anastilosis, evidenciar los vacíos (los faltantes) y colocar este frontispicio en el jardín Bolívar que es propiedad en comodato de nuestra universidad y que fue la antigua huerta del Beaterio. Justo a eje de la escultura de la autonomía universitaria de Leopoldo Flores, este antiguo frontis, elevado quizás sobre tres escalones, funcionaría como un digno paraninfo universitario además de devolverle a la ciudad de Toluca algo de lo mucho que perdió en el malentendido camino de modernización que animó a sus políticos de 1968.
La acuarela que presento fue pintada en mayo de 1996 y desde entonces duerme el sueño de los justos debido a la falta de empatía del entonces Presidente Municipal de Toluca Lic. Armando Garduño, quien no mostró interés en el proyecto… ¿y Toluca?, bien gracias, la siguen demoliendo.
Publicado en El Manifiesto el 18 de octubre 2006
A principios de 1996 me llamaron de Prepa 1, que si por favor pasaba a hablar con el Secretario Administrativo. Intrigada llegué al plantel. El funcionario caminaba a mi lado mientras me hacía algunas preguntas. Yo iba distraída porque acababa de distinguir dos árboles de las Manitas en uno de los prados. Total, nos detuvimos en la cancha de cemento, un inmenso piso gris agrietado y deprimente. Un pobre sauce daba una pequeña sombra a tanta aridez. “Estas son las piedras” me dijo el Secretario. “Lo que queremos saber es si pueden servir para cimentar unas aulas, yo creo que sería un buen ahorro de dinero utilizarlas”.
Las piedras rodeaban el sauce, eran multicolores, pintadas con aerosol y entre una y otra asomaba el pasto. Distinguí dos grandes piedras a guisa de portería en medio de la plancha de concreto. Pregunté por ellas: “También las usan para demoler la barda de tanto en tanto” fue la respuesta. Efectivamente, la barda de Matamoros estaba rota y tapiada con láminas.
Mi cuerpo, antes que mi razón, respondía a lo que estaba viendo. Las piernas comenzaron a fallarme, creo que me hormigueaban y el corazón me latía furioso. Yo seguía sin entender, pero intuía.
Distinguí un capitel, unas molduras, finas curvas, y algunos números en pintura blanca. Había cortes curiosos excavados en las piedras, propios del arte de la esterotomía que no se aprecia por fuera. El cerrito donde crecía el sauce era enteramente de piedras… primorosamente labradas.
El cimiento de las aulas tendría que esperar tantito, yo quería saber qué estaba viendo y me dirigí con el Profesor Inocente Peñaloza, nuestro cronista universitario. Con su acostumbrada bonhomía me informó sobre el origen de “las piedras” y de muchas otras cosas de los años 60. Fue una charla magnífica, una lección de historia desquiciada. No salía de mi azoro. Solicité y logré un enlace telefónico con el Rector de entonces, el Mtro. Marco Antonio Morales. Le inquietó que yo hubiera hecho ese hallazgo. “Que no se entere nadie”- me dijo- “¡Imagínese si algún periodista descubre que la Universidad tiene ahí tirada la fachada de la antigua Legislatura del Estado!”. Yo porfiaba, quería armar el rompecabezas ahí mismo sobre la horrorosa cancha de concreto. “Por supuesto que no, se van a ver desde la reja de Venustiano Carranza” fue su respuesta.
¿’Tons qué?...
Entonces las piedras fueron transportadas con mucho esfuerzo y en cuatro viajes de volteo hasta la escuela de veterinaria en Tlachaloya. Aproveché a los cargadores para acomodar las piezas por afinidades. Cornisas con cornisas, fustes con fustes, alguna base y dos basas y paren de contar. ¿Y las ventanas primorosas del edificio?, ¿dónde estaban? Las rejas que cerraban los arcos centrales se encontraban en casa de “una famosa política de la época de la demolición” según me explicaba Don Amador López, el memorioso cronista informal de la ciudad de Toluca. Sin embargo según el Arq. Jesús Castañeda Arratia las rejas se encuentran en Zacualpan.
Lo cierto es que toda la calle de Belisario Domínguez que corría paralela a la catedral fue demolida en 1968 como parte de la transformación que sufrió la ciudad a costa de su patrimonio edilicio. Curiosamente en esa calle tuvieron su primer despacho los arquitectos Emilio y José Luis Gutiérrez.
La fachada que yo acababa de “descubrir” era sólo eso, una fachada que había mandado hacer el gobernador General Vicente Villada para darle prestancia a la casona que alojaba la legislatura del Estado y cuyos fondos tocaban el baptisterio del antiguo y desaparecido complejo conventual franciscano de San José Toluca, conocido hoy popularmente como Capilla Exenta, la que era entonces utilizada como archivo de la Cámara de Diputados.
El arquitecto Víctor Manuel Villegas fue el encargado de la restauración del baptisterio, como puede apreciarse en las láminas que ilustran el interior del inmueble. A él debemos también que la magnífica iglesia de la Santa Veracruz fuera liberada de construcciones adheridas a su lado sur.
Finalmente, en vista de la importancia histórica de la fachada en cuestión, consideré pertinente sugerir que se rearmaran sobre un muro de soporte y siguiendo el principio de anastilosis, evidenciar los vacíos (los faltantes) y colocar este frontispicio en el jardín Bolívar que es propiedad en comodato de nuestra universidad y que fue la antigua huerta del Beaterio. Justo a eje de la escultura de la autonomía universitaria de Leopoldo Flores, este antiguo frontis, elevado quizás sobre tres escalones, funcionaría como un digno paraninfo universitario además de devolverle a la ciudad de Toluca algo de lo mucho que perdió en el malentendido camino de modernización que animó a sus políticos de 1968.
La acuarela que presento fue pintada en mayo de 1996 y desde entonces duerme el sueño de los justos debido a la falta de empatía del entonces Presidente Municipal de Toluca Lic. Armando Garduño, quien no mostró interés en el proyecto… ¿y Toluca?, bien gracias, la siguen demoliendo.
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