CONNOTACIONES
Publicado en CAMBIO en Septiembre 2007
Cada árbol que vemos tiende a decirnos algo. Su figura nos es familiar desde los textos, la literatura, los dichos y las consejas populares. El manzano, carente de gracia, carga la pesada lápida de ser el árbol de la sabiduría. Sus manzanas fueron el fruto prohibido, por apetecibles. Nos queda claro que, desde tiempos inmemoriales, las religiones no ven con buenos ojos al conocimiento ni al placer con ese conocimiento nos seduce. Quienes piensen que el manzano simboliza el erotismo pueden traer a su mente muchos otros árboles más sensuales: el flamboyán con sus orgiásticas flores bermellón; el tulipán africano con sus flores anaranjadas y frondosa copa; las elegantes jacarandas lilas o las magnolias con sus grandes flores blancas.
Ni hablar de los aromas evocadores: los azahares, propios de los cítricos se usan en el ramo de novia, a pesar de que los naranjos son símbolo del conocimiento en los claustros conventuales, donde fueron plantados por los monjes mendicantes. Con estos monjes llegaron a México cantidad de especies arbóreas cargadas de simbolismos: el primero entre los primeros fue olivo, que se plantaba en número de doce, en clara alusión a los apóstoles y para obtener aceite de oliva. Los griegos coronaban la testa de sus grandes personajes con ramas de olivo, árbol de lento crecimiento, mediterráneo por excelencia que se dio bien en tierras mexicanas hasta que Carlos III a finales del largo período colonial mandó destruirlos todos, para que la producción mexicana de aceitunas no compitiera con la española. Ah, que rey tan tonto, precipitando insurgencias a fuerza de leyes arbitrarias como ésa que acabó con la fortuna de los olivares, pero que logró cultivar el odio a los Virreyes.
Otro árbol de abolengo greco-latino es el laurel, árbol gigante que puebla muchas plazas mexicanas, la de Oaxaca para traer a la mente rápidamente una. El Bajío también los tiene pero recortados hasta formar un techo sui-generis: público, verde y canoro. A los laureles se los asocia con la idea de libertad porque sus ramas fueron parte del vocabulario gráfico de la Revolución Francesa junto con los gorros frigios. También van de la mano de los poetas “laureados” como Petrarca.
Si queremos hablar de resistencia, tomamos la figura lírica del roble, si de tontería se trata, evocamos al alcornoque, árbol del corcho. Si en cambio nos referimos a algo antiguo, viene a nuestra mente el añoso ahuehuete. Los cipreses son panteoneros, es decir, lúgubres, oscuros. Van Gogh los pintaba, y él sabía de soledad y tristezas. Tristes también, pero medicinales, son los grisáceos eucaliptos. Perezosos son los pirules, bajo cuya sombra -se dice,-uno queda profundamente dormido. Los sauces llorones, lamen el agua de las corrientes y reviven en cada vara replantada.
Hay quienes se identifican tanto con una especie, que la asocian con su personalidad, casi como un horóscopo de cualidades afines. Y los refranes como “árbol que nace torcido nunca su rama endereza”aluden más que a los árboles, a las personas que se les parecen. Alejandro Casona escribió la obra de teatro “Los árboles mueren de pié” que para mí es una elegante alusión a la forma de vivir y de enfrentar la muerte. Los árboles, como algunas buenas personas, se doblan pero no se quiebran. Tal es el caso de Santiago Pérez Alvarado, ambientalista preso por defender honrosamente los árboles y el agua de esos árboles y que está recluido en Temascaltepec gracias a un sistema que castiga al justo y premia al mercenario. Santiago se está volviendo grande como un ocote real, derecho y cargado de piñones que serán semillero de muchos otros hombres rectos y trabajadores como él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario