jueves, 26 de agosto de 2010

La Rueda Prehispánica

SOBRE PERNOS, PUERTAS E INTIMIDAD
Publicado como “Celdas que nos hacen libres” CAMBIO 02/Julio 2005




La carencia de ruedas en América prehispánica no sólo hizo difícil el movimiento de bultos y personas sino que hizo también muy complicado hacer el amor.

Considero que la rueda no es –como siempre se nos dice- el gran descubrimiento tecnológico del Hombre después del fuego; al cabo cualquier pelota de caucho con la que se jugaba Ulama en Mesoamérica era en sí misma una rueda, pero una rueda ociosa que no había sido puesta a trabajar.

¿Cómo se pone a trabajar una rueda, entonces? El caso más evidente es el de la carretilla: se le coloca un eje. Es el eje y no la rueda el que mueve al mundo, o mejor dicho, ambas cosas juntas y no separadas. Caminar sobre una esfera haciendo equilibrio no nos lleva muy lejos, pero esa esfera penetrada por un eje se transforma en una carretilla que nos ayuda a mover el mundo en pedacitos.

Si la forma de la rueda se invierte y queda socavada en lugar de boluda y se amarra su eje a dos extremos, tendremos una polea por donde las sogas suben y bajan cubetas, piedras, tramoyas y hasta ballenas (me refiero a las trabes del periférico).

El perno es la cuestión. ¿Por qué? Porque este pequeñito invento del Hombre que tiene tanto que ver con los ejes y las ruedas dio origen a otro preciado invento: la puerta. Las crónicas nos relatan cómo colgaban hermosos tejidos sobre los umbrales de los palacios de Axayacatl, Cuitlahuac y Moctecuzoma; cómo esas cortinas estaban resguardadas por un guardia que celaba su acceso. Pasar de afuera a adentro era un mero correr de telas. No existían las llaves porque no existían las puertas y no existían las puertas porque no existían los pernos con que se fabrican las bisagras.

La bisagra es una cosa compleja, es la llave de la intimidad. ¿Cómo imaginar un encuentro erótico cuando puede ser interrumpido con sólo descorrer un velo? No digo que las bisagras sean eróticas, sino que garantizan la posibilidad del erotismo. En su libro “El Diosero”, Francisco Rojas Gonzalez nos narra en su cuento “Los Novios” cómo una pareja tzetzal adolescente pasa su noche de bodas en el mismo cuarto que el resto de la familia paterna.

Al otro extremo del libre albedrío se encuentra el presidio. En el mundo prehispánico el marcaje individual era la única opción para retener prisioneros. No había celdas porque se carecía de puertas y de llaves.(Por cierto las llaves, como las bisagras, giran también sobre un eje). Quizás de ahí el apuro por realizar los sacrificios. Quizá de ahí el desprecio por construir grandes espacios techados, ya que eran vulnerables, excepto los pequeños cu, o teocallis que por estar ubicados tan alto en la cima de las pirámides, eran observables desde todos lados.

Los pernos, las bisagras, las puertas y las llaves guardan celosamente nuestros tesoros en un baúl, en una caja fuerte, en una alcoba con espejos o en un baño. ¿Cómo hacer del baño en ciudades como Tikal o Machupichu que carecían de puertas? De eso nadie nos habla, pero la inhibición es quizá sub-producto del pudor que va de la mano con la intimidad. Esa intimidad guardada celosamente por las puertas cerradas desde adentro es la que garantiza la soledad , y es esa soledad la que genera libertad de pensamiento, libertad para crear, rezar, o erotizar en la intimidad.

Son las celdas las que nos hacen libres, celdas como las de los monjes del siglo XVI, donde se leía a Erasmo y a Tomás Moro, lejos de los ojos de la Inquisición. Celdas como las que sirvieron a Sor Juana para escribir la poesía más fina y erótica de la Colonia. Todo reside en poder abrirlas y cerrarlas a placer y en tener las llaves. Esas llaves que controlan la intimidad y la exhibición en la vida cotidiana.

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