sábado, 9 de julio de 2011

El Infierno es un Condominio




LOS CONDOMINIOS 25 AÑOS DESPUÉS
publicado en la revista CAMBIO, Estado de México, junio 2011





Hace 25 años mis suegros compraron una casa pequeña de una planta en un condominio típico: calle al centro con 21 casas idénticas a cada lado, todas con jardín al frente y espacio para un auto estacionado. Se veían bien. Había orden y armonía, las banquetas eran una sucesión de lositas rodeadas de césped.


La gente se conocía, todos eran propietarios y cuidaban sus viviendas. A los pocos años mi suegro falleció, pero si hoy pudiera resucitar para ver dónde sigue viviendo su esposa, se volvería a morir. Reconocería sin embargo su casa porque es la única que conserva el jardín al frente; las demás han construido en ese espacio e incluso han incorporado la cochera hasta ocupar el 100% del predio. Consecuentemente los autos ocupan la calle y los de hasta atrás no tienen manera de pasar.


Muchas rejas han sido levantadas adueñándose de la banqueta. En ellas cuelgan su ropa mojada los actuales moradores de las casas que ya no son aquellos de hace 25 años sino inquilinos o segundos o terceros dueños. Hacia arriba también ha crecido la privada, ya hay cinco casas de tres pisos, es decir, tienen una ocupación del suelo del 300%. La unidad cromática de un inicio ha desaparecido y el caos prevalece ahora.


El área verde común ubicada al frente sigue baldía, no hay ni un árbol que le ladre. Muchos no se percatan de esa ausencia porque salen de madrugada a trabajar y regresan de noche del trabajo. Por lo mismo las casas quedan solas y el miedo hace crecer las bardas que separan las propiedades: las hay de cornisas con vidrios rotos y otras electrificadas.
El conjunto es grotesco. Es, sin embargo, una réplica a escala de toda la sociedad que ha perdido su capacidad de vivir en comunidad. Una sociedad grotesca que sólo mira por su micro territorio, su ámbito cercado, su auto enjaulado, sus hijos adheridos a la televisión.

Los condominios son como los envases de leche de cartón: imposibles de reciclar. Son un engendro comercial que sólo funciona para quien vende las casas, no para quienes las habitan, porque donde uno sólo de los condóminos se niegue a acatar las normas del condominio (sean éstas de construcción, de uso o de pago de mantenimiento), abre la puerta para que los demás tampoco acaten las normas y a partir de ahí, el quinto infierno de Dante está a la vista.


Cada condominio es una especie de estado autónomo dentro de la ciudad. Su deterioro ocurre intramuros y nadie puede intervenir para rescatar el sitio de sus anomalías. La modalidad urbana del condominio es legal y consecuentemente las dependencias de Desarrollo Urbano continúan otorgando licencias para más y más calles cerradas, donde por una sola puerta entran hasta un máximo de 59 familias.


Estas vecindades contemporáneas pueden albergar hasta casas de seguridad de malvivientes porque el municipio no entra a ellas, las patrullas sencillamente no caben, no tienen dónde girar, y el meterse de frente las lleva a un punto sin salida.


Quizás la falta de urbanismo de este modelo comercial de vivienda deba responder por el deterioro del tejido social. Antes, la vida se daba en los barrios abiertos, donde las calles eran públicas, donde la ciudad y sus amenidades se entretejían con las viviendas y donde los vecinos se iban a pasear al zócalo más cercano. Nada de eso provee actualmente un condominio de calle cerrada, en el cual cada vecino se ha sido convertido, a fuerza de vivir en un callejón sin salida, en un temible desconocido.