jueves, 5 de marzo de 2015

San Pedro Tultepec

                                                                         Publicado en Semanario Punto el 5 de marzo del 2015          
                                                                                   

Podemos imaginar lo que vio Tata Vasco de Quiroga al ir bajando desde la Sierra de las Cruces al valle del Matlatzingo. Cuando entre pinos, encinos y tejocotes se le abrió la visual observó una isla en medio de un quieto espejo de agua con tulares. La calma de la laguna reflejó el vuelo de los patos migratorios. Luego, a la derecha, divisó el camino al occidente por la isleta de Lerma con su puente levadizo y a la izquierda la tierra firme donde levantaría una iglesia en medio del agua. En las márgenes pudo ver ahuehuetes y ahuejotes, y a lo lejos, más allá de los pueblos ribereños de enfrente, sus ojos miraron el imponente Xinantécatl.
Siguió bajando y al llegar al filo del agua pudo observar las trajineras yendo y viniendo entre los juncos, recogiendo la materia prima de los petates y pudo ver a los pescadores lanzando las redes para atrapar el pez blanco que le sería ofrecido como vianda.
Hoy, San Pedro Tultepec se ha desbordado de la isla fundacional y sin crecer en altura se extiende sobre los llanos desecados, crece sobre el lecho de la laguna del Chignahuapan. Y crece mal. Pierde las arboledas de sus tradicionales calzadas, las pierde gratuitamente, de balde. Centenarios sauces blancos desaparecen y las acequias o cañadas se pavimentan para promover deliberadamente las inundaciones. El agua viaja tres veces más rápido por un pavimento que cuando cae en la copa de los árboles primero, para gotear luego en la tierra con cubierta vegetal.
La urbanización no implica pavimentación indiscriminada. Se debe dejar respirar a la tierra. Cada cajete de árbol es un poro abierto al cielo y a su agua de lluvia. ¿Cuántos años de retroceso implica la tala de un árbol maduro? ¿50, 60, 80? En un ratito, con una motosierra, podemos echar a perder el trabajo de nuestros mayores y condenaremos a nuestros hijos a una estética de penal de alta seguridad.
 Veamos el ejemplo de la Avenida Juárez, ancho y árido acceso comercial parece Kabul bombardeado. Ir a comprar muebles los fines de semana a lo largo de esta avenida es un acto incómodo, polvoso y confuso. No se distingue por dónde caminar; hay que salvar altas guarniciones para acceder a los comercios que desplantan debajo del nivel de la avenida y que en época de lluvias seguramente reciben el agua que cae en la calle. ¿Dónde se ha visto tamaño desatino encementado a contrapendiente?

Fácil sería recuperar la esencia del sitio y la dignidad de compradores y vendedores rediseñando la avenida con la pendiente hundida al medio, recuperar el arroyo figurada y literalmente. Hacer un camellón bajito al medio a donde llegue el agua de lluvia y se reinfiltre gracias a las raíces de los ahuejotes alineados al centro. De esta manera las banquetas podrán ser parejitas, sin tropiezos, lisas, para garantizar la caminata amable y segura. Nada de rampas transversales que impiden ir mirando los muebles y obligan a mirar al suelo.
La avenida mide 33 metros de ancho, lo mismo que el Paseo Colón de Toluca, o que Insurgentes en México o un poco más que la Avenida Masarik de Polanco, donde por cierto cualquier mueble de San Pedro puede venderse tres veces más caro. ¿Qué diferencia hay entre estas tres últimas avenidas y la avenida Juárez de Tultepec? La vegetación, por su puesto. La elegancia, la buena vida y la identidad la confiere el verde natural de los árboles.

Nunca es tarde para hacer urbanismo elegante y limpio. San Pedro Tultepec se lo merece.

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