domingo, 13 de marzo de 2011

Salud y Arquitectura

SALUD Y ARQUITECTURA

Publicado en CAMBIO del Estado de México No 69; febrero 2011

“Váyase a vivir a Cuernavaca” me dijo hace años un médico que no lograba curarme un resfrío crónico. “Es la receta más cara que me han dado en mi vida”, le contesté mormada y con los ojos húmedos. En ese entonces estudiaba por las mañanas en un edificio frío como nevera, los salones amanecían a 8 grados centígrados y al mediodía llegaban a los 12 grados. Así, entumida de frío, subía al auto que estaba al rayo del sol y que alcanzaba 41 grados en su interior. Esos cambios bruscos de temperatura me traían de médico en médico y de medicina en medicina. Gastaba tiempo y dinero y no me curaba.
Evidentemente quien necesitaba tratamiento no era yo sino el edificio, el que a pesar de tener ventanas no permitía la entrada del sol debido a unos aleros propios de tierra caliente. Y qué decir del estacionamiento que carecía de árboles que mitigaran el sol. El clima del altiplano toluqueño es de alta montaña y consecuentemente los edificios y los espacios abiertos deben manejar la orientación y el asoleamiento con sutileza e inteligencia, es decir: ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre.
Pero no sólo el frío y el calor enferman a la gente. También el aire viciado hace daño. Los edificios carentes de ventilación al exterior, revuelven el mismo aire saturado ya sea con ventiladores o con aparatos de “clima” artificial. Como en los aviones, la gente respira una y mil veces sus propios gérmenes y se enferma; pero antes de eso suele bostezar frecuentemente debido a la carencia de oxígeno. Los techos bajos de las construcciones contemporáneas agudizan el problema. Los grandes salones de antaño contenían mucho más aire gracias a su generosa altura.
Una escalera mal trazada o mal construida no enferma a la gente, sino que la manda directamente a urgencias. Me refiero a la peligrosa diferencia de altura entre un escalón y otro que provoca una caída involuntaria y un hueso roto o un esguince. Los médicos no indagan sobre las condiciones del sitio del accidente ni le recetan arreglos a los escalones, al cabo, no son supervisores de obra. Tampoco preguntan sobre las condiciones del inmueble del paciente.
Hay gente enferma porque que vive en sitios malsanos, en casas con eternas humedades en los muros, donde el sol jamás toca los hongos que crecen en las paredes. Hay gente enferma de ruido porque no descansa en silencio sino que escucha a los del cuarto de junto, a los ruidos de la calle, los gritos de los vecinos, las sirenas de las policías, la música del desvelado. El silencio es reparador, al igual que la privacidad.
Aislación, espacio amplio, seco y sano debería ser la definición de vivienda, aunado a la terapia verde; es decir, a la existencia de un árbol frutal por cada unidad familiar. En caso de que un chico se descalabrara trepando al árbol por la fruta, el médico entenderá que no se trata de un error arquitectónico sino de un apetecible pasatiempo infantil cargado de aventura, de olor y sabor… “mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla/ y un huerto claro donde madura el limonero”…. Antonio Machado lo dice mejor que nadie.

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