INTOXICACIÓN
Susana
Bianconi Publicado en Cambio # 123, agosto 2015
En
el ámbito urbano estamos intoxicados de puentes vehiculares desmedidamente
grandes. Se los construye para los tractocamiones que pesan 75 toneladas y
tienen un volumen equivalente a 18 autos. Se los justifica inventando aforos
que jamás se cotejan contra el flujo peatonal. Se deshumaniza el diseño al
grado de desaparecer las banquetas a lo largo de las rampas deprimidas o
elevadas. Recetas de excesos de la industria cementera que gobierna México.
En
el ámbito urbano no se teje fino, no se hacen obras pequeñas ni útiles como por
ejemplo empastar una Y griega, colocarle un árbol y a su sombra un parador de
bicicletas. No, ¿para qué? Ningún presidente vendría a inaugurar eso en una
bifurcación, ni a plantar un árbol urbano. No, los presidentes están para
hablar de las campañas de reforestación de millones de hectáreas sepa el diablo
dónde. Pero ¿un árbol urbano?, ése ¿cuánto deja?, ¡por favor!, no interrumpan
las promesas de campaña con los grandes contratistas.
Faltaba
más. Debemos agradecer los elefantes blancos que nos dejan sin terminar las
presidentes municipales, como el presunto edificio administrativo que dejó en
calidad de esqueleto Ana Lilia Herrera o el teatro al aire libre que quedó en
obra negra en el cerro de Metepec en esta agónica administración de la
chapulina Carolina Monroy. Gracias dan los proveedores de materiales de
construcción. A este exceso se le conoce como el de tirar dinero al caño, que
algo queda para la siguiente campaña.
Hay
excesos pintorescos, como el de colocar una columna en medio de la calle que se
pretende salvar con un puente de… mil metros de largo. Así les quedó en Las
Torres la columna en medio del boulevard aeropuerto. Pero más encantador
resulta el puente de la salida a Atlacomulco, ése, ése no salva ninguna
arteria, se hizo porque qué chingaos y se le inunda bien bonito el agua de
lluvia en las zanjas encementadísísimas.
Hay
excesos verbales también en materia de urbanismo. Se habla ahora de
“conectividad” cuando se inauguran estas monstruosidades. Conectan sin duda el
DF con Guadalajara, pero dividen todo el territorio que recorren a su paso.
Antes, la vialidad Las Torres se nutría de un sinnúmero de calles vecinales.
Hoy, solo donde hay uno de estos puentes inteligentes (es ironía) se puede
cruzar. Encontrará usted, amable peatón, algunas cruces con flores en las
esquinas. Ojo, ese es otro exceso. Es un exceso de cariño, de recuerdo por un
ser querido que se atrevió a caminar la ciudad “conectivizada”. ¡Cómo se le
ocurre caminar a alguien ahora que hay puentes que conectivizan! Yo
conectivizo, tu conectivizas… ¡qué lindo es aprender palabras nuevas y modernas
y llenas de concreto armado!
Pero
lo mejor de estos excesos urbanos son las ceremonias de inauguración, qué
caray, y yo que no fui invitada. Son tan exclusivas que no avisan, tan
espontáneas que cierran la circulación durante ocho horas para el corte del
listón. Tan intoxicantes como el aire del embotellamiento que provocan. Esto es
vida y no los caminos rurales del tour de Francia, claro que no. Subirse al
tractocamión es la antesala del helipuerto y de ahí a la fama, con los
Ahumadas, los OHLs y los contratistas del jet set.
Trabajo en el hotel en león Guanajuato y que bueno que arreglaron el puente.
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