miércoles, 9 de septiembre de 2015

CONECTIVIDAD A LA DIABLA

INTOXICACIÓN
Susana Bianconi          Publicado en Cambio # 123, agosto 2015

En el ámbito urbano estamos intoxicados de puentes vehiculares desmedidamente grandes. Se los construye para los tractocamiones que pesan 75 toneladas y tienen un volumen equivalente a 18 autos. Se los justifica inventando aforos que jamás se cotejan contra el flujo peatonal. Se deshumaniza el diseño al grado de desaparecer las banquetas a lo largo de las rampas deprimidas o elevadas. Recetas de excesos de la industria cementera que gobierna México.
En el ámbito urbano no se teje fino, no se hacen obras pequeñas ni útiles como por ejemplo empastar una Y griega, colocarle un árbol y a su sombra un parador de bicicletas. No, ¿para qué? Ningún presidente vendría a inaugurar eso en una bifurcación, ni a plantar un árbol urbano. No, los presidentes están para hablar de las campañas de reforestación de millones de hectáreas sepa el diablo dónde. Pero ¿un árbol urbano?, ése ¿cuánto deja?, ¡por favor!, no interrumpan las promesas de campaña con los grandes contratistas.
Faltaba más. Debemos agradecer los elefantes blancos que nos dejan sin terminar las presidentes municipales, como el presunto edificio administrativo que dejó en calidad de esqueleto Ana Lilia Herrera o el teatro al aire libre que quedó en obra negra en el cerro de Metepec en esta agónica administración de la chapulina Carolina Monroy. Gracias dan los proveedores de materiales de construcción. A este exceso se le conoce como el de tirar dinero al caño, que algo queda para la siguiente campaña.
Hay excesos pintorescos, como el de colocar una columna en medio de la calle que se pretende salvar con un puente de… mil metros de largo. Así les quedó en Las Torres la columna en medio del boulevard aeropuerto. Pero más encantador resulta el puente de la salida a Atlacomulco, ése, ése no salva ninguna arteria, se hizo porque qué chingaos y se le inunda bien bonito el agua de lluvia en las zanjas encementadísísimas.

Hay excesos verbales también en materia de urbanismo. Se habla ahora de “conectividad” cuando se inauguran estas monstruosidades. Conectan sin duda el DF con Guadalajara, pero dividen todo el territorio que recorren a su paso. Antes, la vialidad Las Torres se nutría de un sinnúmero de calles vecinales. Hoy, solo donde hay uno de estos puentes inteligentes (es ironía) se puede cruzar. Encontrará usted, amable peatón, algunas cruces con flores en las esquinas. Ojo, ese es otro exceso. Es un exceso de cariño, de recuerdo por un ser querido que se atrevió a caminar la ciudad “conectivizada”. ¡Cómo se le ocurre caminar a alguien ahora que hay puentes que conectivizan! Yo conectivizo, tu conectivizas… ¡qué lindo es aprender palabras nuevas y modernas y llenas de concreto armado!
Pero lo mejor de estos excesos urbanos son las ceremonias de inauguración, qué caray, y yo que no fui invitada. Son tan exclusivas que no avisan, tan espontáneas que cierran la circulación durante ocho horas para el corte del listón. Tan intoxicantes como el aire del embotellamiento que provocan. Esto es vida y no los caminos rurales del tour de Francia, claro que no. Subirse al tractocamión es la antesala del helipuerto y de ahí a la fama, con los Ahumadas, los OHLs y los contratistas del jet set.


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