Confusión en el ejido urbano
Publicado en Alfa Diario el 4 de enero 2019
Dra. en Diseño Susana Bianconi
Lo que dio forma a
esa gran reforma social del siglo XX fue una institución sui
generis de nombre e inspiración antiguos: el ejido. En su
acepción moderna, el ejido de la Revolución hace su primera aparición formal en
la ley del 6 de enero de 1915. A 100 años de distancia vale la pena reflexionar
un poco sobre los peculiares orígenes de ese ejido nacido de la Revolución, una
institución que no obstante haber sido algo prácticamente nuevo, se imagina (y
se justifica) aún como tradicional y autóctona. Lo que sigue, pues, es también
una meditación sobre los usos contemporáneos de la historia; cuando las
políticas implementadas para reformar el presente se fundan en ideas acerca de
un pasado que existe apenas en la imaginación, los resultados reales no suelen
ser los deseados. (Kourí, 2015)
Introducción
El crecimiento urbano
reciente en el valle de Toluca se ha extendido sobre terrenos ejidales (ejido proviene del griego exodus, y quiere decir a las afueras).
Ha crecido sobre tierras agrícolas ociosas y sobre ríos entubados; sobre
parcelas rurales sin traza urbana, sin conectividad, sin plazuelas ni banquetas
ni espacio público alguno. El ejido urbano es una deformidad histórica, urbana,
legal y ética.
El ejido es
hereditario
Paradójico
resulta que la Revolución Mexicana instalara un régimen de sangre, “ius sanguini”, sobre la posesión de la
tierra. Este régimen arraigó por sobre el derecho del lugar de nacimiento, el “ius soli” (derecho de suelo), vigente
en toda la América Latina independiente. El ejido mexicano no admite nuevos
miembros externos a una comunidad ejidal y al heredar el título a los hijos,
como si de ducados o marquesados se tratase, los ejidatarios se convierten en personajes
incompatibles con la República.
El ejido no
tributa a los Ayuntamientos
Los
ejidatarios urbanos no pagan impuesto predial. Una altanería dinástica los hace
sentir superiores al estado de derecho vigente para todos los demás. Esto no
obsta para que exijan a los Ayuntamientos la provisión de servicios, sin ser
contribuyentes.
Los
Comisarios Ejidales, sin embargo, recogen anualmente una pequeña contribución
que nadie sabe a qué se destina. No existe contraloría interna consultable y el
recurso no se invierte.
El ejido y sus
asambleas
Los
miembros del ejido deciden por toda la comunidad. Sus asambleas excluyen a
cualquier nuevo avecindado, sólo los miembros originarios, hereditarios, entran
a ella.
Por
ejemplo, en San Pedro Tultepec, 289 ejidatarios toman decisiones sobre la
suerte de 14,000 vecinos (INEGI, 2010). Algunas decisiones son de tal magnitud,
que tienen carácter territorial y afectan a comunidades lejanas. Esto está
pasando con la recepción de cascajo de obra. Los ejidatarios cobran por recibir
material de obra y rellenan con él los humedales del río Lerma. Esta acción
ambientalmente cuestionable, provoca la inundación de áreas habitacionales
aledañas.
Camiones de "Constructora de Proyectos Viales de México" subsidiaria de OHL, rellenando humedales (octubre 2018)
Conforme
las zonas periféricas se van urbanizando, lo hacen sin traza organizada, sin
diseño urbano. ¿Por qué? Porque los ejidatarios no reconocen a la autoridad
municipal, se sienten por encima de ella y hacen y deshacen sobre su territorio
a placer. Antiguos campesinos, los ejidatarios urbanos se han convertido actualmente
en especuladores inmobiliarios.
Observar
lo dicho es fácil: las parcelas que antes se sembraban, ahora se venden en
trozos desproporcionados, mal servidos por algún camino serpenteante que no conecta
con ninguna otra vialidad. Sólo los lugareños se ubican en esos rumbos, baste
recordar el enclave por el que se fugó el Chapo Guzmán en Almoloya de Juárez;
una propiedad sin acceso franco, sin coordenadas claras. El túnel era recto; en
cambio, en la superficie, las callejas eran (y siguen siendo) un desordenado
tejido de hebras sueltas.
Inseguridad
Este
escenario de dispersión caótica, sirve para el asentamiento de bodegas
misteriosas, quizás laboratorios de drogas sintéticas. Sirve también a las bandas
de secuestros exprés que mediante “halcones” avisan si un fuereño se
desorienta. Sirve así mismo a las organizaciones de la pobreza agresiva, a los
especuladores de la urbanización clandestina que mueven a ocupas de la tierra.
Esta gente pobre es luego compensada con un pedacito de terreno a cambio de su
asistencia a manifestaciones de presión en el centro de Toluca. Así se han
asentado millones de personas amansadas en ejidos urbanizados alrededor de la
Ciudad de México. El fenómeno se reproduce malsanamente desde los años 70 del
siglo pasado como lo ilustra la película ROMA.
Los
usos de suelo municipales son letra muerta en los ejidos urbanos.
Ejido y espacio
público
En
estos ejidos urbanizados se carece de plaza pública. El espacio colectivo no es
contemplado como una necesidad social, acaso es temido por los Comisarios
Ejidales quienes en las asambleas no proponen ceder espacio para calles,
plazuelas o áreas verdes. Cuando se llega a construir una cancha, se la circula
y bardea. Alguien entonces, guarda la
llave del candado.
A
este complejo panorama se le suma la confusa figura del Delegado Municipal, un
personaje electo al margen del marco del Instituto Nacional Electoral y
consecuentemente oscuro, inescrutable, a quien no se puede llamar a cuentas y
que sirve como pantalla legal para dejar pasar los más absurdos cambalaches de
tierras con los poderosos en turno, como se observa en Metepec (Bianconi, 2014)
donde una calle histórica ha quedado dentro de una apropiación particular ilegal.
Construir para
crear derechos
Cuando
algunos miembros del ejido se inconforman por las ventas que llevan a cabo
otros de sus miembros, se refugian en antiguos títulos de propiedad de la época
colonial. Ante la simultaneidad de tenedores de la tierra, unos y otros,
prefieren “fincar” para sentar sus reales sobre su pedazo de suelo. Esta manera
improvisada de desplantar obra construida sin respeto por ningún trazo coherente,
es la que lleva al desorden urbano. Las calles se truncan contra muros de una
obra vacía; las callejas se tuercen hasta que alcanzan una puerta que nadie
abre, pero que señala propiedad privada sin papeles.
Los
servidores públicos del área de Desarrollo Urbano son generalmente ciudadanos provenientes
de estas áreas confundidas y no atinan a proponer espacios públicos, ni calles
coherentes, sino que conocen los lazos de compadrazgo locales y favorecen a los
suyos, usando el poder público para beneficio privado.
Consecuentemente
hay muchas obras deshabitadas, casas vacías dispersas en el terreno sin orden
ni concierto.
Conclusión
Cuando
un ejido es trocado en tierra urbanizable, sus miembros deben pasar de ser
campesinos sin obligaciones a ser ciudadanos con deberes como todos los
demás. Pagar impuesto predial les dará
garantías y derechos para solicitar servicios.
Será
deseable que se trace un diseño urbano medianamente contemporáneo con espacio
público como eje rector y que se acepte a la autoridad municipal como lo hace
el resto de los ciudadanos.
En
la actualidad existe una duplicidad de autoridades (ejidales y municipales), una
duplicidad en la tenencia de la tierra (colectiva o privada) y una duplicidad
legal (derecho de sangre o derecho de nacimiento) que complica la comprensión
del lugar donde vivimos y que crea inseguridad y maltrato del paisaje.
Referencias
Bianconi,
Susana “Vergüenza”, Revista CAMBIO del Estado de México, marzo 2014 http://susanabianconi.blogspot.com/2014/04/verguenza.html
Kourí,
Emilio “La invención del Ejido”, Revista Nexos, 1 de enero 2015 https://www.nexos.com.mx/?p=23778