La acumulación de objetos nos hace
vivir en el desorden. El trastorno se conoce como “Síndrome de Diógenes” y consiste
en guardar por guardar y seguir acumulando.
A nivel urbano vivimos inmersos en
este trastorno al grado de no ver lo que es evidente: hay chatarra urbana.
Miremos alguna esquina de nuestra ciudad.
Por ejemplo, frente al acceso a
Ciudad Universitaria en el Paseo Universidad de Toluca encontramos dos postes
metálicos, tres postes de concreto, dos cabinas telefónicas, un árbol y un
puesto de revistas. Quedan libres para el paso del peatón unos 30 centímetros.
¿Por qué tanta acumulación en un
micro espacio público? Llego a la conclusión de que los actores en la ciudad son muchos y que van
a lo suyo, sin ver jamás el conjunto. Quien
coloca el nuevo poste telefónico no retira el que queda en desuso y el que
coloca el nuevo poste eléctrico no retira el dañado en la base que así se
conserva inestable con las varillas al aire, tan peligroso como antes del
cambio de cables. Y quien coloca el nuevo alumbrado no retira el poste antiguo
que se queda como reliquia apagada, estorbosa y oxidada.
La señalética de las esquinas es
también una colección acumulada: el nombre de la calle aparece escrito en la
pared con aerosol, a la vez en lámina en forma de bandera y debajo, otro en
cerámica empotrada en el muro y a un costado del de cantera en bajo relieve.
Cada administración encuentra deficiente la señalética de la gestión anterior y coloca una nueva… sin retirar la vieja.
Las bardas que anuncian algún
concierto de banda dejan transparentar los nombres de los candidatos de la
última elección y encima el grafiti se suma al collage. Asemejan depósitos
geológicos pero superpuestos en pocos meses. Y luego entran en escena los
registros de las banquetas, siempre con asaderas metálicas colocadas
sobresaliendo del ras del suelo para la eventual maniobra de inspección,
pero que en la práctica sirven para que
los peatones enganchen en ellas el zapato y pierdan la dentadura en su
inevitable caída de bruces. Cada tres años las banquetas se vuelven a hacer con
el mismo modelo impertinente de tapas de registros porque finalmente el peatón
es anónimo, no anda en auto, no vale nada…
Haciendo una analogía doméstica debo
confesar que cada vez que mi madre me viene a visitar volteo en rededor y veo
detalles en la casa que pasan desapercibidos a diario y que requieren atención.
Entonces ordeno, tiro y limpio y me hace sentir bien y a la casa también. Ahora
bien, la ciudad es la casa de todos y no debe ser el espacio de acumulación de
carteles ni de postes ociosos, debemos liberarla de chatarra como si mamá la
fuera a recorrer con ojo crítico un día de éstos y decidiera mandar al Diógenes
que todos llevamos dentro de regreso a su cueva.
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