publicado en CAMBIO # 105, febrero 2014
Variedad de paisajes naturales como
de paisajes culturales, el Estado de México es pedacito de Patria surrealista.
Sin ser cuatro veces heroica, hoy su capital Toluca, recibe al presidente de
los Estados Unidos. Su paisaje urbano luce limpio de grafitis, sus árboles
lucen desnudos de follaje ante el afán de limpieza de sus inexpertos
jardineros. Sus cerros pelones lucen repletos de viviendas improvisadas. Las
calles oscuras, inseguras y tristes recibirán a Obama por un ratito… “y luego
bajando la cuesta que arriba en mi calle se acabó la fiesta”.
Nos quedan sin embargo, después de
esta puesta en escena, los paisajes pintados por Luis Nishisawa quien con 96
años aún practica el amor por esta tierra en sus obras. Sus altiplanos, sus
volcanes y su serenidad son la fusión del alma oriental con la mexicana. Su
obra acaba de ser compilada en un magnífico libro editado por el Consejo
Mexiquense de Cultura y fue presentado en el Centro Cultural Mexiquense que es
un magnífico escenario. Desde la explanada y la fuente de rocas creada por el
maestro Nishisawa, en el ombligo del centro cultural, se contempla el Nevado y
se vibra con el sol del altiplano.
En esta tierra surrealista, los
árboles han sido absurdamente pintados de blanco en honor de Obama. ¿Qué pasará
luego con tanta cal o pintura blanca que maltrata los árboles y que alcaliniza
la tierra? ¿Por qué tanto esfuerzo por maltratar el paisaje? ¿Quién es el
piloto? ¿A dónde vamos? Quizás a seguir plantando carteles espectaculares,
quizás a tender puentes entre dos yermos destinos, quizás a pavimentar los
humedales, quizás a crear una identidad de aridez lavable con cloro.
Y el paisaje humano del Estado de
México es un caleidoscopio donde conviven creadores y destructores. El paisaje
humano nos hace rodar a todos los que, en medio de ambos extremos, nos ganamos la vida en un semáforo, en un
antro, en un puesto, en un escritorio, en un andamio o en un laboratorio.
Rodamos en el cilindro del caleidoscopio, donde convivimos, melenudos o
enmascarados, todos y cada uno de los 15 millones de mexiquenses.
Cabemos todos, pero con oportunidades
de acción abismalmente distantes. Somos un continente de inequidad, de
distancias insalvables entre analfabetas y doctorados, entre quienes nacen en cuna de holanes o abajo de un puente
mugroso. Cabemos todos, incluso Obama.
Impecablemente escrito, melancólico y tristemente cierto.
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