Ficción
CASA TOMADA (sin permiso de Julio Cortázar)
Publicado en CAMBIO del Estado de México Año 9 Numéro 100, septiembre 2013
Susana Bianconi
La casa que he heredado de mis padres y en la que vivo con mi familia está envejecida. Tiene unas cuantas goteras, la pintura ennegrecida por la humedad y las ventanas de hierro medio oxidado tienen vidrios delgados. La idea es darle una nueva imagen. Contrato entonces a una arquitecta buena onda que dice que no me va a cobrar sino que va a tener participación en el inmueble, dice que va a ser mi socia digamos, y que luego de rehabilitada la casa ella me cobrará su porcentaje, que yo le iré pagando mes con mes. El acuerdo es raro, pero me inspira confianza y me explica que no será necesario que me descapitalice construyendo, que su método es que cada contratista haga lo propio, usando su capital y no el mío. No entiendo bien, o acaso ella se entretiene mirando a marido. Voltea a verme y aburrida me lo explica con mucha lentitud: por ejemplo, las ventanas las traerá el aluminero y luego yo se las iré pagando conforme obtenga recursos, lo mismo hará el plomero, ése que durante la obra piropea por lo bajo a mi hija. Los materiales se pedirán a crédito con el proveedor del centro y no importa cuándo se le pague, él puede otorgar créditos a largo plazo, no me aclara la arquitecta a qué interés. Pero en fin, entiendo el mecanismo y me entusiasmo. Podré ir de vacaciones este año ya que la remodelación de la casa saldrá prácticamente gratis. Los chicos seguirán yendo a la misma escuela de paga y no nos privaremos de nada. Mi marido está feliz, sueña como yo con la casa modernizada.
Cuatro meses de trajín nos han desgastado a todos. La arquitecta llega y se va en el auto de mi esposo, mira el avance y da instrucciones rápidas. La cocina es tan moderna que parece ahora una clínica de trasplante de órganos… no recuerdo a quién deberé pagársela, pero no importa, mi salario ya lo dedico íntegro a los acreedores y he firmado un papel de compromiso que enajena la casa hasta tanto no salde la deuda. No me agobia porque todo se ve bien a pesar que el maestro albañil se hizo del garaje y lo usa como centro de operaciones. Bueno, mi auto duerme afuera y el de mi marido lo trae la arquitecta, con él adentro… cuando subo cansada a recostarme una noche, después de limpiar el tiradero de los proveedores, tengo la certeza de escuchar la voz del plomero en el cuarto de mi hija. Y me doy cuenta que es muy tarde para reconsiderar esta “inversión extranjera” en mi patrimonio.
Cualquier parecido con la Reforma Energética es pura ficción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario