Topos: lugar, sitio, terreno.
Publicado en CAMBIO del Estado de México # 96, mayo 2013
La elección
del sitio es un acto fundacional e irreversible. Lo supieron los aztecas al
establecerse en un islote del Lago de Texcoco. Lo supieron Rómulo y Remo al
establecerse entre las siete colinas del Lacio con todos sus pros y sus
contras. Lo supo el Zar Pedro el Grande al escoger un húmedo y pantanoso paraje
para fundar San Petersburgo cerca de la frontera finlandesa. Lo supo Carlos V
al escoger la pequeña villa de Magrit para fundar Madrid, la capital del
imperio al centro de la península.
Vitruvio, primer arquitecto en
escribir un tratado sobre arquitectura, nos enseña, hasta el día de hoy, cómo escoger un terreno para fincar: éste debe
ser seco, sano y con pendiente al mediodía (al sur). Los pedregales o malpaíses
son buenos para fincar y malos para la agricultura. Los valles son buenos para
la agricultura y malos para fincar. Pocos profesionistas entienden el terreno.
Los Arquitectos de Paisaje, por el
contrario, lo sienten, lo intuyen, lo caminan, lo descubren y lo aman como
paisanos del lugar. Hacen lo que hizo Luis Barragán en el Pedregal de San
Ángel, es decir, se meten el él, desde el amanecer hasta la puesta del sol,
desde el verano hasta el otro verano y finalmente, diseñan con él, no en contra
de él.
Todo este preámbulo viene a cuento de
la elección del terreno para el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, así
como para las nuevas instalaciones de Pemex. Si acaso un paisajista pudiera
emitir su opinión antes que las adquisiciones de tierras se efectuaran, las
obras no serían tan costosas ni se hundirían en el fango ni naufragarían en el
marasmo de intereses enfrentados. ¡Si tan sólo los paisajistas no fueran
llamados a toro pasado sólo para hacer los jardincitos con que se lavan la cara
quienes toman las decisiones topográficamente equivocadas! Pero persiste la
ignorancia sobre el papel del Arquitecto Paisajista.
La vocación del Arquitecto Paisajista
nace a ras del suelo, sigue por la huella del agua, sube por los troncos de los
árboles, vuela con los pájaros y construye lo necesario, sólo lo necesario y
nada más que lo necesario. No está hecho de mala madera, no gana nada
pavimentando innecesariamente el sitio, no lucra con las obras de construcción
sino con el futuro sustentable, con la maduración de su diseño integral, donde
se respetan las barrancas, las costas, los manantiales y la flora del lugar.
Donde la arquitectura es parte del todo y no un artefacto extraño impuesto en
el lugar.
La Sociedad de Arquitectos Paisajistas
de México, la SAPM, cuenta con excelentes profesionales que deben ser tomados
en cuenta antes de poner cada primera piedra. Topo filia, por fin.
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