EL AEROPUERTO DE TOLUCA
Susana Bianconi
La armónica proporción de las partes es lo que anhelamos en las ciudades por las que transitamos. La carencia de armonía de las partes nos empobrece y nos envilece. Es fácil idealizar el pasado cuando el presente se nos muestra incomprensible y caótico. Cuando los individuos de a pie, los peatones, no contamos; cuando sin el auxilio de un auto no podemos cruzar una calle: tal es el diseño de las vías rápidas en el corazón de las ciudades manoseadas por planes de urbanización donde, para cruzar la calle, tenemos que subirnos a un auto, acelerar hasta el tercer carril, frenar en el retorno, volver a acelerar hasta el primer carril derecho, y, faltando a la señal de no estacionarse, apearnos en la banqueta de enfrente. Es decir, el desarrollo de nuestras nuevas urbanizaciones pasa por consumir gasolina, violar la reglamentación de tránsito y vivir en sobresaltos veloces y angustiantes. Cruzar a pie no se puede, hay barreras que lo impiden y los puentes mal llamados peatonales no están en cada esquina, y lejos de ser a nivel, obligan al peatón a subir y bajar cientos de peldaños, con la fuerza motriz de sus rodillas, mientras los vehículos a gasolina van veloces al nivel que antes era el de los peatones, el nivel de la calle, que antes era el de la gente de a pie.
Una ciudad que ha dejado de ser para los ciudadanos y ahora se concibe sólo para los autos, ¿cómo debe llamarse?. Autódromo, ésa es la palabra que define actualmente a las urbanizaciones con vías rápidas por donde circulan trailers, camiones de carga, pipas de todo tipo de combustibles, camionetas de valores blindadas y uno que otro viejo buey despistado a bordo de un auto dizque familiar. Me incluyo entre estos últimos.
La gracia del antiguo Paseo Tollocan radica en que los autos circulan en los carriles centrales y los vehículos pesados por los laterales; entre unos y otros, masas de verdes follajes. Nada igual se ha venido haciendo. Ahora todo el flujo va mezclado, no existen prados sino bordos de concreto y acero infranqueables.¿Qué pasa cuando una urbe queda partida en dos?. Para efectos prácticos vivir de un lado y del otro del boulevard aeropuerto es lo mismo que vivir de un lado o del otro del río Lerma, porque ¿cómo se cruza?.
Vienen a mi mente los elegantes puentes que cruzan el Sena en París, los que unen a las ciudades de Buda y Pest; los famosísimos puentes de Venecia y también los audaces y modernos puentes de Calatrava construidos recientemente en ciudades españolas. Comparados con los puentes peatonales que dos por tres aparecen en nuestro triste paisaje dan ganas de llorar. ¿Porqué tenemos que urbanizarnos con fealdad? ¿Porqué odiar al ciudadano de a pie?.
Toluca no sólo tiene la terminal de autobuses más fea del país sino su más primitivo aeropuerto. Se trata de una bodega convertida en empacadora de pasajeros, todos semi congelados y damnificados del negocio redondo del servicio aéreo a través de una improvisada construcción industrial. Cómo no hacerse ricos, estos empresarios a quienes se les vendió o concesionó el aeropuerto, si tratan a los pasajeros como pollos enjaulados. Y la buena arquitectura ¿dónde quedó? Esos dizque empresarios que se enriquecen empobreciendo de paso nuestro paisaje urbano, compra propiedades en el extranjero, vive en Miami. De este lado de la frontera, chupa la sangre, nada más. No es capaz de construir algo valioso, amable, humano, trascendente.Seguimos condenados en Toluca a que nos usen y nos expriman y nos envilezcan el sitio donde nos tocó vivir. Somos la muestra palpable de la cara desembozada del neoliberalismo feroz. La gente que hace dinero en este valle no lo reinvierte en él, se lo gasta en otro lado. Somos una trastienda, un bodega barata, como los son las nuevas instalaciones del aeropuerto de Toluca y sus inhumanas vías de acceso.
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