Museo LEOPOLDO FLORES
Publicado en CAMBIO del Edomex, octubre 2010
Leopoldo Flores ha entregado sus lienzos a la Universidad Autónoma del Estado de México y ella le ha dado albergue en un recinto construido, ex profeso en la Ciudad Universitaria del Cerro de Coatepec, en Toluca. Esta generosidad del artista y la reciprocidad de la Universidad, nos ha legado a los mexiquenses una afortunada amalgama para disfrutar su magnífica obra en un amplio espacio.
El Museo Leopoldo Flores comenzó a construirse en enero de 2001 durante el rectorado del maestro Uriel Galicia Hernández.
El gran formato de la obra que sería exhibida requería de espacios grandes, no existía un sólo recinto universitario que pudiera adecuarse para tal efecto, así que la decisión de crear un edificio ad hoc fue visionaria.
La estructura metálica del lugar es blanca y se alza vertical sobre la escarpada ladera del cerro y gracias a esa altura, desde su acceso se goza de una vista magnífica de la ciudad de Toluca.
El recorrido interior nos lleva por lugares inusuales de rampas y contrastes de sombras y luz; mucha luz diurna en los magníficos salones donde la obra de Leopoldo Flores respira y late a su ritmo propio; donde los visitantes se olvidan de ellos mismos para volcarse a ver y sentir la obra .
Porque la obra de un artista vive cuando el observador se hace carne en ella y la siente en sus entrañas.
Para que esa experiencia estética pueda producirse se requiere de un espacio especial que tenga por cualidad principal saber salir de escena y dejar al observador a solas con el arte. Lograr una arquitectura con esa humildad nada pequeña, requiere de no ceder a la tentación de distraer la atención del visitante con el inmueble. Ése es un logro que pocos arquitectos logran.
Al final del recorrido, el museo nos sumerge en una nueva experiencia espacial, la del Laberinto del Minotauro donde la obra de Flores, la topografía del terreno y la envolvente arquitectónica se vuelven una y dejan huella, una impronta que cada visitante procesa según la profundidad de sus raíces plásticas o de su sed de conocimiento.
El Museo Leopoldo Flores tiene la virtud de ser versátil, fresco e invitante; iconoclasta y a la vez elegante.
Es adusto y sin embargo informal, pero sobre todo, está en sintonía con la obra que alberga: la obra de lienzos de gran tamaño del mayor artista plástico de este altiplano.
El inmueble que concibió el arquitecto René Sánchez Vértiz, y que se materializó hace 9 años no ha dejado de albergar eventos académicos y artísticos. Es a la fecha un espacio indispensable para la comunidad universitaria que lo ha hecho suyo y que sabe que en su interior respira con soltura la obra de Leopoldo Flores.
El arquitecto Sánchez Vértiz es ahora Doctor en arquitectura por la Universidad Politécnica de Cataluña y ejerce la docencia con ingenio y sentido del humor, prueba de su inteligencia.
El Museo Leopoldo Flores comenzó a construirse en enero de 2001 durante el rectorado del maestro Uriel Galicia Hernández.
El gran formato de la obra que sería exhibida requería de espacios grandes, no existía un sólo recinto universitario que pudiera adecuarse para tal efecto, así que la decisión de crear un edificio ad hoc fue visionaria.
La estructura metálica del lugar es blanca y se alza vertical sobre la escarpada ladera del cerro y gracias a esa altura, desde su acceso se goza de una vista magnífica de la ciudad de Toluca.
El recorrido interior nos lleva por lugares inusuales de rampas y contrastes de sombras y luz; mucha luz diurna en los magníficos salones donde la obra de Leopoldo Flores respira y late a su ritmo propio; donde los visitantes se olvidan de ellos mismos para volcarse a ver y sentir la obra .
Porque la obra de un artista vive cuando el observador se hace carne en ella y la siente en sus entrañas.
Para que esa experiencia estética pueda producirse se requiere de un espacio especial que tenga por cualidad principal saber salir de escena y dejar al observador a solas con el arte. Lograr una arquitectura con esa humildad nada pequeña, requiere de no ceder a la tentación de distraer la atención del visitante con el inmueble. Ése es un logro que pocos arquitectos logran.
Al final del recorrido, el museo nos sumerge en una nueva experiencia espacial, la del Laberinto del Minotauro donde la obra de Flores, la topografía del terreno y la envolvente arquitectónica se vuelven una y dejan huella, una impronta que cada visitante procesa según la profundidad de sus raíces plásticas o de su sed de conocimiento.
El Museo Leopoldo Flores tiene la virtud de ser versátil, fresco e invitante; iconoclasta y a la vez elegante.
Es adusto y sin embargo informal, pero sobre todo, está en sintonía con la obra que alberga: la obra de lienzos de gran tamaño del mayor artista plástico de este altiplano.
El inmueble que concibió el arquitecto René Sánchez Vértiz, y que se materializó hace 9 años no ha dejado de albergar eventos académicos y artísticos. Es a la fecha un espacio indispensable para la comunidad universitaria que lo ha hecho suyo y que sabe que en su interior respira con soltura la obra de Leopoldo Flores.
El arquitecto Sánchez Vértiz es ahora Doctor en arquitectura por la Universidad Politécnica de Cataluña y ejerce la docencia con ingenio y sentido del humor, prueba de su inteligencia.
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