Anoche acosté a mis nietos.
Sin hambre, sin sed, sin frío, sin miedo.
Leímos cuatro libros y apagando la luz nos acurrucamos.
En la mañana vi sus caritas en una foto de Gaza.
La nena lloraba por su hermanito herido.
Eran ellos, igualitos.
Y no puedo seguir viviendo sin asistirlos.
No puedo ser feliz frente a sus caritas de dolor.
Quizás perdonen. No es de Dios tanta impotencia.
¿Habrá una abuela que los acurruque?
02 de marzo 2024