publicado en CAMBIO #112, septiembre 2014
La ciudad previa a la industrialización (y a su hijo
bastardo, el trailer) era amable y permitía el encuentro casual entre sus
habitantes. Hoy la vuelta a esas buenas costumbres puede restaurarse para colocar al ciudadano de a pie
en el sitio que le corresponde, el del rey de la ciudad. Para tal fin nuestras
urbes pueden readaptarse mediante mínimas y sabias acciones urbanas como las
siguientes:
Reducir el ancho de los carriles vehiculares. A mayor espacio,
mayor velocidad.
Ampliar el ancho de las aceras y arbolarlas.
Mantener constante el ancho de los carriles. Cuando la
sección de una calle es irregular, las banquetas deben absorber esas
irregularidades creciendo donde sea necesario para mantener constante el ancho
de los carriles vehiculares. Actualmente ocurre a la inversa; la banqueta es
siempre angosta y los carriles se hacen grandotes y se hacen chiquitos.
Eliminar las rampas para discapacitados en las esquinas. Las
sillas de ruedas deben cruzar al mismo nivel de la banqueta. Las rampas de
subida y bajada deben ser para los vehículos no para los minusválidos. Es
decir, el cruce peatonal de rayas debe ser a la vez cruce y tope ancho.
Mandar los estacionamientos atrás de los inmuebles, no al
frente. Así se recobra la banqueta para el peatón. Actualmente los comercios
sacrifican al peatón para recibir a los autos en sus accesos. Se pierde así el
arbolado urbano de las banquetas.
Devolver a las avenidas su doble sentido. Es equívoco usar
una avenida en una sola dirección, atenta contra la lógica de su diseño
original y la vuelve rápida, consecuentemente el valor de los inmuebles baja y
el giro decae.
Construir camellones. En vialidades anchas se debe reducir el
ancho de cada carril para instalar al centro camellones; así el peatón podrá
cruzar con mayor seguridad haciendo una pausa al medio de la avenida.
Recobrar las banquetas ocupadas por las escaleras de los
puentes peatonales. Paradójicamente donde se colocan puentes peatonales
elevados, se obliga al ciudadano (que sigue su trayecto por la acera) a bajarse
al arroyo vehicular. Es de locos decir que se protege al peatón construyendo
masivas estructuras elevadas cuando desplantan del escaso espacio que tiene el
peatón para salvar su integridad física.
Regresar al antiguo reglamento de tránsito en materia de la
vuelta a la derecha. Mientras el giro a la derecha sea permitido, el peatón
jamás tendrá seguridad para cruzar la esquina.
Reducir el alto de las guarniciones. En la actualidad las
banquetas han quedado más altas que los inmuebles a los que dan acceso y además
constituyen una barrera física difícil de sortear.
Permitir el uso mixto de actividades en todas las áreas
urbanas. Cuanta mayor actividad haya en una calle, mayor será la seguridad y la
calidad de vida. Los guetos de las privadas no hacen ciudad.
Colocar “parabicis” en las paradas de autobuses más
congestionadas. Así el trabajador podrá dejar su bici de ida y regresar a su
casa en ella y recobrando el uso cotidiano del ejercicio físico al tiempo que
ahorra en transporte colectivo.
Permitir el estacionarse en las calles. Para un peatón es más
seguro caminar al lado de un auto estacionado que al lado de uno en movimiento.
A mayor número de autos estacionados habrá menos autos circulando y disminuirá
la velocidad de los vehículos.
Al disminuir la velocidad de circulación de los vehículos,
los inmuebles adyacentes recobran valor y abren nuevos negocios. Las vías
rápidas por el contrario acaban con la actividad comercial tradicional.
Recobrar la plusvalía de las ciudades depreciadas es una gran inversión.
Humanizar la ciudad es el gran negocio de la sociedad en su
conjunto.
En el Paseo
St. Joan de Barcelona, se redujo el número de carriles vehiculares y se
ensanchó la banqueta; la ciclovía va en medio de los dos sentidos.