Publicado en CAMBIO del Estado de México en agosto 2014
Te escogen la pareja, te casan con ella sin poder
chistar, te hacen criar hijos fruto de la resignación, del sexo obligado y tú a
la vez harás casar a esos hijos con quien tú quieras, sin que ellos osen
chistar, para que a su vez engendren hijos sin amor y así hasta el infinito.
Dos culturas tienen esta práctica cruel donde no
cabe el enamoramiento: la judía y la musulmana. Los ortodoxos de ambas
religiones. Y siente uno tristeza por ellos, que se pierden lo mejor de la
vida, el salero que nos mueve y nos pone una sonrisa en la boca. Lástima por
ellos a pesar de que nos juzgan como indulgentes o eróticos depravados.
Cuando uno escoge con quién procrear, después de un
sano libre albedrío, puede dar amor a los hijos. Me pregunto cuánto amor se le
puede dar, en caso contrario, al hijo de una relación impuesta por los mayores.
Severidad, desesperanza y rabia. ¿Qué más puede incubarse en un hogar sin amor?
(Amos Oz lo describe magistralmente al hablar de su propia madre suicida).
Me lo pregunto porque israelitas y palestinos
actúan sin respeto por el prójimo, sin culpa y sin sentido. Pensemos que si por
cada policía norteamericano de la Border Patrol asesinado a manos un desesperado
migrante mexicano, los Estados Unidos respondiera con misiles para exterminar
las ciudades fronterizas, en buen lío estaríamos. Pero no, ellos sólo le
aplican la pena de muerte al inculpado, lo que no deja de ser una práctica
primitiva, pero no indiscriminada. No genera más violencia, no mata inocentes a
mansalva (en el peor de los casos, mata a un solo inocente).
La carnicería de medio oriente es sub humana, es
difícil de definir, es primitiva y perversa con insensibilidad proveniente de una crianza sin
cariño. Sólo un mal querido puede ser malo con los demás y divertirse con el
dolor que infringe.
Valoro entonces la sociedad occidental tolerante y
celebro la libre elección de la pareja, la libre elección de género, la libre
decisión de tener o no tener hijos y la alegría de convivir entre iguales o
diferentes, como en la orquesta de Daniel Baremboim, la única persona que
ostenta las nacionalidades israelita y palestina y que ha sido capaz de juntar
en una misma orquesta sinfónica a jóvenes judíos y palestinos y de poner
mediante la melodía una sonrisa en sus labios…música cercana al amor.
La tolerancia se enseña y se aprende; se cultiva.
Cultivemos la tolerancia