publicado con alteraciones en CAMBIO del Estado de México #102, noviembre 2013
Las
comparaciones son siempre odiosas, pero sirven para poner en perspectiva
algunas variables de la realidad. Persia, Irán, es un país petrolero que se
abrió al capital extranjero durante el régimen del Sha Reza Palevi. La
occidentalización de las costumbres y la apertura de la economía al mercado capitalista produjo una reacción
nacionalista abanderada por la cúpula religiosa, que convirtió al país en un
régimen cuasi teocrático, encerrado en sí mismo por el bloqueo externo que
sobrevino y que persiste hasta hoy desde 1979.
En una
historia más reciente, su vecino cercano, el también petrolero Iraq, fue
invadido y sometido por el ejército norteamericano y algunos de sus socios
europeos. La riqueza petrolera iraquí se
abrió a las compañías internacionales después de una larga y agónica guerra.
Son
ahora vecinos distantes. Irán es soberano, Irak no lo es. Irán tiene un
producto interno bruto de 827.344 millones de dólares, mientras el de Iraq es 6 veces menor.
Ninguno de los extremos es deseable, ni el absolutismo de los
Ayatolas ni la carencia de gobierno propio. Ni el bloqueo económico que sufre
Irán, ni el liberalismo a ultranza introducido en Iraq post mortem de Sadam
Hussein. La tercera vía, la buena, parece ser la mexicana. Una economía más
robusta que la de los países citados, liberal en lo económico desde el Tratado
de Libre Comercio y dueña de su petróleo.
Esta tercera vía corre el riesgo de desaparecer para abrirse por medio
del Congreso al mercado internacional como lo hizo Irán en época del Sha de
Persia (quien por cierto fue asilado en México y falleció en Cuernavaca). La
propuesta del presidente Peña Nieto cuenta con la aprobación del Partido Acción
Nacional y consecuentemente será cosa de días para que la Constitución de 1917
sea intervenida y redactada a modo de las Compañías Petroleras Internacionales.
Al igual que en el caso del cambio de estatus del Nevado de
Toluca, no queda claro para qué se mueve el estable estado del petróleo en
México. Llevamos 75 años viviendo de la riqueza petrolera, ha sido cómodo y sin
duda, lleva los últimos 30 años desdibujándose del propósito expropiatorio.
Pero desbaratar al sindicato mediante esta apertura indiscriminada es un precio
muy alto a pagar que podría solucionarse sencillamente, obligando a que se
cumplan los estatutos sindicales de democracia y rendición de cuentas. Es un
vericueto ilógico.
Y no es que le tema a una revolución de Ayatolas de la Santa
Muerte o a una nueva invasión norteamericana. Le temo al despeñadero que
sobrevendrá cuando la riqueza no se invierta en México sino que dance en las
empresas transnacionales donde unos pocos mexicanos tengan acciones y donde los
nuevos trabajadores contratados carezcan de toda prestación. A ese escenario
obvio e inexorable sí le temo.
La riqueza petrolera sirvió en los 45 años que siguieron a la
expropiación para salvar las distancias entre ricos y pobres, para alfabetizar
y para crear clase media. Hoy podría volver a servir a la nación, a la Suave
Patria de López Velarde; pero la clase política no lee, no siente, ni es capaz
de ponerse en los zapatos de ningún otro. Están demasiado ahítos para ocuparse
de los demás y votarán a favor del cambio constitucional, al cabo no saben que fue
el diablo quien les escrituró el petróleo.